“Hay tantos Haroldos como caminos ha recorrido”, de esta manera define Marcelo Conti a su padre, en uno de los testimonios del documental-ficción sobre la vida del escritor Haroldo Conti, desaparecido el 5 de mayo de 1976 por la dictadura militar.
Homo Viator se proyectó el jueves 25 de junio en el Centro Cultural Islas Malvinas, dando cierre al mes de junio dedicado al género documental, en el ciclo Cuatro Ficciones. Esta vez, también estuvo presente el director de la película, Miguel Mato, que se animó a los elogios y las preguntas del público. Aquella frase recuerda a un Haroldo Conti en sus múltiples rumbos, como intelectual que se sumó a las filas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), como profesor de latín en la escuela secundaria, o en sus viajes como piloto civil, o bien como navegante y náufrago que fue, en los días que probablemente ocupó mentando palabras para el guión de una futura película. Hasta permite imaginarlo con su pulcro traje de seminarista que tardíamente resolvió colgar.
Recrear con fidelidad los trayectos recorridos, los impasibles rumbos del escritor, antes que perpetuarlo desde los hechos más duros, también fue la apuesta de su director. Darío Grandinetti en el papel protagónico de Haroldo Conti, junto a Ana Yovino y a Carlos Santamaría conforman las otras piezas del elenco.
“La idea motor, fue que Conti se contase a sí mismo”, dice Mato, que con maña ha combinado en el documental, nítidas imágenes de archivo con audios en voz del escritor, y fragmentos de su obra. También se incluyen cartas destinadas a amigos y a familiares, un manojo de recursos empapados de ficción, y los testimonios de las personas más cercanas a Conti que reviven, mediante anécdotas, los versátiles episodios de su vida.
Cuentos como El último, Mi madre andaba en la luz o La Balada del Álamo Carolina fueron los elegidos, revelando una realidad en los recodos más cotidianos, hallando siempre una historia en la simpleza de las cosas. Por ejemplo, las líneas seleccionadas de la novela En vida (1971) donde Conti se pasea por el lugar de su infancia, “Hay otro pueblo debajo de éste”, cuenta, otro pueblo que también es el Chacabuco de la provincia de Buenos Aires, y al que solía volver cada tanto tironeado por recuerdos y encantos.
Y así fue su literatura, la que ofrece otros territorios, porque como sostiene Juan Duizeide, escritor contemporáneo, “fue más el deseo de viajar y la inquietud de conocer, que los viajes que realmente concretó”. Para Conti, la creación, era el terreno de la pura libertad. Y quizás, el espacio que prefirió para desenredar los nudos de su vida, toparse con la ternura y el deseo profundo de viajar.
Tom Lupo, locutor y psicoanalista, también recuerda al escritor. Desde el banco de un aula como alumno de la materia “Educación Cívica”, rememora el bendito día en que lo vio ingresar por la puerta del aula, y decir con la misma cautela con que cerraba la puerta, "Si no me traicionan, los apruebo a todos", para luego comenzar la no contemplada lectura de María, la rubia del escritor Dalmiro Sáenz. El primer cuento de una serie de relatos que el maestro ofrecía a Lupo y a sus compañeros de clase, para adentrarse en el desconocido mundo de la literatura latinoamericana.
Por su parte, el actor Carlos Santamaría interpreta al espía del Servicio de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires encargado de seguir a Conti. Otra voz que narra la historia del escritor, pero desde el verdugo, que paradójicamente termina fascinado por la prosa de Mascaró, el cazador americano (1975), su última novela. Fue la época en que también colaboró con los primeros números de la revista Crisis, los años más difíciles, en los que confesaba, “no puedo escribir cuando me están matando amigos todos los días”.
“Ego sum homo viator”, escribe en el pizarrón Darío Grandinetti frente a un alumnado revoltoso, “en el idioma de ustedes, un hombre que viaja”, explica. Una idea que atraviesa la obra de Miguel Mato y que concede un merecido final al deseo errante del escritor.
Recrear con fidelidad los trayectos recorridos, los impasibles rumbos del escritor, antes que perpetuarlo desde los hechos más duros, también fue la apuesta de su director. Darío Grandinetti en el papel protagónico de Haroldo Conti, junto a Ana Yovino y a Carlos Santamaría conforman las otras piezas del elenco.
“La idea motor, fue que Conti se contase a sí mismo”, dice Mato, que con maña ha combinado en el documental, nítidas imágenes de archivo con audios en voz del escritor, y fragmentos de su obra. También se incluyen cartas destinadas a amigos y a familiares, un manojo de recursos empapados de ficción, y los testimonios de las personas más cercanas a Conti que reviven, mediante anécdotas, los versátiles episodios de su vida.
Cuentos como El último, Mi madre andaba en la luz o La Balada del Álamo Carolina fueron los elegidos, revelando una realidad en los recodos más cotidianos, hallando siempre una historia en la simpleza de las cosas. Por ejemplo, las líneas seleccionadas de la novela En vida (1971) donde Conti se pasea por el lugar de su infancia, “Hay otro pueblo debajo de éste”, cuenta, otro pueblo que también es el Chacabuco de la provincia de Buenos Aires, y al que solía volver cada tanto tironeado por recuerdos y encantos.
Y así fue su literatura, la que ofrece otros territorios, porque como sostiene Juan Duizeide, escritor contemporáneo, “fue más el deseo de viajar y la inquietud de conocer, que los viajes que realmente concretó”. Para Conti, la creación, era el terreno de la pura libertad. Y quizás, el espacio que prefirió para desenredar los nudos de su vida, toparse con la ternura y el deseo profundo de viajar.
Tom Lupo, locutor y psicoanalista, también recuerda al escritor. Desde el banco de un aula como alumno de la materia “Educación Cívica”, rememora el bendito día en que lo vio ingresar por la puerta del aula, y decir con la misma cautela con que cerraba la puerta, "Si no me traicionan, los apruebo a todos", para luego comenzar la no contemplada lectura de María, la rubia del escritor Dalmiro Sáenz. El primer cuento de una serie de relatos que el maestro ofrecía a Lupo y a sus compañeros de clase, para adentrarse en el desconocido mundo de la literatura latinoamericana.
Por su parte, el actor Carlos Santamaría interpreta al espía del Servicio de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires encargado de seguir a Conti. Otra voz que narra la historia del escritor, pero desde el verdugo, que paradójicamente termina fascinado por la prosa de Mascaró, el cazador americano (1975), su última novela. Fue la época en que también colaboró con los primeros números de la revista Crisis, los años más difíciles, en los que confesaba, “no puedo escribir cuando me están matando amigos todos los días”.
“Ego sum homo viator”, escribe en el pizarrón Darío Grandinetti frente a un alumnado revoltoso, “en el idioma de ustedes, un hombre que viaja”, explica. Una idea que atraviesa la obra de Miguel Mato y que concede un merecido final al deseo errante del escritor.
Sofía Silva
30 de junio de 2009.
2 comentarios:
gracias por tan bella nota
solamente quería corregir un dato, el material fílmico no fue aportado por el museo de la memoria, pertenece a la familia de Roberto Cuervo que era estudiante de cine en La Plata al momento de realizar el registro fílmico de Haroldo Conti y son ellos quienes lo recuperaron y aportaron a la película.
gracias
Miguel Mato
Gracias Miguel por tu corrección.
Un fuerte abrazo; Mil Botellas.
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