martes, 22 de marzo de 2011

Ana María Shua: la artesanía de la palabra


Con el auditorio del Centro Cultural Islas Malvinas colmado, Ana María Shua habló de literatura en general y su trayectoria en particular, el último jueves, en la tercera charla del ciclo “El revés de la trama” que organiza la editorial Mil Botellas.
Comenzó su carrera muy joven, a los dieciséis años, luego de publicar su primer libro de poemas gracias a un subsidio del Fondo Nacional de las Artes, “un préstamo”, corrigió la autora, provocando las risas del público. No obstante, nunca pudo adaptarse al submundo de la poesía y decidió orientar sus esfuerzos hacia la narrativa.
“Yo quería escribir un gran cuento”, dijo Shua, sobre sus inicios, cuando soñaba que su primer escrito estuviera al nivel del escritor ruso Anton Chéjov. “Yo era una gran lectora y al segundo párrafo me daba cuenta de que la cosa no servía y abandonaba”. Por esos años, siendo estudiante de Letras consiguió trabajo en Nocturno, una revista femenina. Allí empezó a escribir cuentos románticos, adquiriendo, de ese modo, la soltura y los rudimentos necesarios sobre el arte de contar historias.
Gracias a un premio de la editorial Losada, en el año 1980 pudo publicar Soy paciente, su primera novela. “En realidad es un cuento alargado”, confesó la autora, y según ella, recién pudo alcanzar el dominio de la estructura de la novela en La muerte como efecto secundario (1997). “Escribir novelas es una tarea bastante penosa”, expresó, afirmando que sus comienzos en el género se debieron a los rechazos de sus cuentos por parte de las editoriales, por cuestiones de mercado.
“Disfruto del tallado, el pulido de un microrrelato”, dijo, refiriéndose a este híbrido de la literatura que el escritor guatemalteco Augusto Monterroso calificó de “de(s)generado”, en el sentido del incordio que significa diferenciarlo de la poesía, el chiste, el cuento o el aforismo. Al respecto, Ana María Shua manifestó la importancia de que la crítica empiece a estudiar al microrrelato como un género aparte, con características propias. “Hasta 25 líneas, con cierto núcleo narrativo, no tiene que ser necesariamente un cuento”, aunque, aclaró, “para los escritores y los lectores esos requisitos no cuentan”. Y para cerrar la discusión sobre fronteras literarias afirmó: “Si parece un chiste, es chiste; si parece un aforismo, es aforismo, y si no se sabe bien qué es, probablemente se trate de un microrrelato”.
La publicación de su primera novela le permitió editar Los días de pesca (1981) y La sueñera (1984), libros de cuentos y microrrelatos respectivamente, que había escrito con anterioridad. Con una tendencia natural a la síntesis narrativa, le costó mucho extenderse, en una búsqueda constante de la originalidad y no terminar “autoplagiándose”.
Respecto a la eterna antinomia sobre literatura y mercado, opinó: “El mercado es lo que la gente tiene ganas de leer”, resaltando, a su vez, que lo mejor de la literatura argentina se da en las editoriales independientes: “hay lugar para la experimentación, para lo nuevo”.
“Yo creo que la década del sesenta se termina en el 76”, se lamentó Shua, recordando el auge que las editoriales y los escritores argentinos hasta el último golpe militar. La literatura retrocedió, hubo censura, exilios, desaparecidos. “Se perdió, además, la relación entre los escritores y su público”, acotó.
Por último, señaló que La sueñera es la obra por la que siente más afecto, “porque fue la primera, no tenía que luchar contra ninguna obra anterior, había una espontaneidad y una importancia puesta sólo en el texto y no en la publicación”. Y agregó que “el escritor no está seguro nunca, las dudas no se van, y uno depende siempre de la opinión: de la aprobación del lector”.
Tras una hora y media de charla, el público despidió de pie a la autora. El ciclo continúa el jueves 31 con la visita de Marcelo Cohen, reconocido por sus pares como uno de los novelistas más interesantes de la actualidad.

Emmanuel Burgueño
Foto: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada el martes 22 de marzo de 2011 en el diario Diagonales.

sábado, 19 de marzo de 2011

Martín Malharro, autor de Calibre. 45 (Mil Botellas,2010)
"El tipo era un anticuario que apareció muerto en su local de San Telmo. Su cadáver, con un balazo calibre.45 en el pecho, yacía junto a una pequeña caja fuerte que había quedado abierta. Nadie escuchó el disparo. Pero un testigo vio salir de ahí a dos sujetos. Resultaba claro que fue un asalto con epílogo fatal. Y aún no había sido esclarecido".

El anticuario se llamaba Fisbein y su local estaba a pocas cuadras de aquí, de Brasil y Defensa. Ricardo Ragendorfer, periodista y autor de esas líneas, procurará dar una mano a Mariani, un tipo que intenta hallar, mediante sus modos de nula ortodoxia, con aquello que Fisbein guardaba en la caja fuerte.

En el atardecer del Parque Lezama, mientras espero la hora indicada, recorro con la mirada el escenario de La balada del Brtiánico, la trilogía de novelas negras escrita por Martín Malharro. El Bar Británico, epicentro de la saga, permanece cerrado por vacaciones, por lo que la entrevista se ha corrido a la vereda de enfrente, al Hipopótamo.

“Yo conozco esto, este es mi barrio –me remarca Malharro-, el bar mío es el Británico, los personajes andan por acá, te los puedo mostrar porque rondan por acá continuamente. O sea, es mi realidad”. Malharro, escritor, periodista, docente de la UNLP, escribió las tres novelas policiales negras que componen La balada del Británico sentado en las mesas del bar que está enfrente. Escribe allí, dice, porque le resulta mucho más fácil que imaginar un escenario ajeno, una serie seres inexistentes. “Como te muestro a Rosita –la señora que está sentada en la mesa contigua, que ilustra la tapa de la primera entrega de la saga, Banco de niebla, y que se erige como personaje de la tercera, aún inédita-, puedo mostrarte a cualquiera de los personajes, yo convivo con ellos. Yo no soy un tipo imaginativo”.

Lo negro está en el Bajo

La balada del Británico es una trilogía de novelas negras, de la cual se acaba de editar la segunda entrega, Calibre.45. La segunda es la historia de una estafa, de un saqueo miserable. Y para Malharro, una forma de denunciar el latrocinio del patrimonio cultural e histórico de los argentinos. “Hay una cosa fundamental que hace que Calibre.45 se pueda incluir temerosamente dentro del género de la novela negra que es la denuncia –explica el autor-. Todo texto negro lleva, por sí, una denuncia. En el fondo de la trama, toda novela negra es una gran novela de denuncia”.

El género negro, acunado en Estados Unidos a principios del siglo pasado en revistas como Black Mask, conquistó a Malharro en su adolescencia, cuando conoció la obra de Raymond Chandler. “Me enseñó a escribir”, asegura. “Si algún truco de la escritura conozco –dice con modestia-, lo aprendí con Chandler. Es más, este verano, me llevé a la playa las siete novelas de Chandler. Me las sé de memoria, pero vuelvo a releerlas porque son los maestros”.

Calibre.45 cuenta con el inventario básico de la novela negra: el delito, la ausencia de una justicia oficial, una suerte de justicia impartida por los bordes de la legalidad, la marginalidad. Todo suena muy familiar. “Terrenos marginales hay en todos lados –concluye Malharro-, pero donde están códigos y marginalidad es lo más importante. Entonces, eso elabora un sistema paralelo de justicia, de convivencia, etcétera. No robes en tu barrio, no violes una mina de tu barrio, no hagas macanas en tu barrio, andá a afanar afuera de tu barrio. Esos son códigos. Y esta suerte de funcionamiento paralelo exige una suerte de justicia paralela, exige una forma de convivencia, con códigos. De ahí el código del buchón, de ahí el personaje de Demarchi, que es un álter ego de esos viejos códigos de amistad que al menos yo mantengo: Demarchi da la vida por Mariani y Mariani da la vida por Demarchi. Y cuando uno los mira, ve que son dos lúmpenes. Y San Telmo tiene mucho de eso; en este bar, en este barrio hay mucho de eso”.

Mariani es un buscador, un antihéroe sin rumbo que choca con casos que superan su imaginación y capacidad. Recurre, entonces, a sus códigos, a sus instintos y al consejo de un mecánico, su mejor amigo.

Es difícil imaginarse las andanzas de Mariani sin pensar en el barrio, en este contexto, sugiero. “San Telmo ha sido un barrio de cuchilleros –me recuerda Malharro-, un barrio denso. Fijate que hoy, escribir una novela negra sobre Palermo es imposible. Es un barrio blandito, fofó. Sin embargo, cuando lo leés a Borges, habla del Palermo de los cuchilleros. Y este barrio, esta parte de San Telmo, aún conserva parte de los viejos códigos. Después tenés el otro San Telmo, más allá, donde está la feria, los gringos. Esto no, esto es más familiar, nos conocemos todos. Es un escenario al que yo pertenezco, lo conozco a él y sus personajes, entonces es muy fácil narrar desde acá. Ahora, ubicar a esta novela o a Mariani en Barrio Norte sería imposible, yo no lo podría hacer”.

La faz ennegrecida que devuelve el espejo

Además de los códigos, la marginalidad, el barrio, lo bajo, está lo que define a la novela negra: la denuncia. Hay, en la novela, un efectivo policial “que toma granadina e inclusive parece bueno” pero que personifica a la misma policía que no ha hecho nada respecto al saqueo del patrimonio cultural e histórico argentino. Ahí está la denuncia. “Este es un país donde roban a los muertos, les roban las manos a los muertos, se roban los cadáveres, a Manuel Belgrano le robaron las muelas –me recuerda Malharro-. Y más allá de lo que todo ello pueda significar, podemos decir que en este país hay una suerte de hijodeputismo. Si le roban a los muertos, ¿cómo no se van a robar relojes de próceres, cartas de héroes nacionales?”.

¿Y por qué no hay más novelas negras argentinas?

“Yo siempre me lo he preguntado. Yo no voy a entrar en una discusión con los intelectuales, no me interesa, pero cuando terminó la gran guerra, (Theodor) Adorno o alguno de esos dijo ‘Después de Auswichtz no se puede hacer poesía’. Y los intelectuales del tercer mundo, que siempre van a la cola de estas frases grandilocuentes, dijeron ‘Después del Olimpo (NdeR: por el centro de detención de la última dictadura militar) no se puede escribir novela’. Es un disparate. ¡Todo lo contrario, es cuando más tenemos que escribir! Vale decir: tenemos una herramienta, tenemos un vehículo maravilloso que es la novela. A mí lo que me llama la atención es la ausencia de novelas sobre la tragedia argentina. Hay muy poco escrito sobre lo que nos pasó. Sin embargo escribimos sobre Inglaterra, sobre personajes extranjeros. Entonces, yo también estoy de acuerdo con aquellos que dicen ‘cómo no hay más novela negra argentina con la historia negra que tenemos’. Será que no nos queremos mirar al espejo”.

En las fronteras de la realidad

Como Ragendorfer en el prólogo de la novela, comienzo a confundir realidad con ficción. Veo, a cada rato, a Mariani entrando al bar y sentándose frente a mí, a un lado de mi entrevistado. “Mi personaje, Mariani, es un viejo amigo de la infancia –confiesa Malharro-. Y el nombre sale de ahí”. Mariani, el buscador de mujeres infieles y jóvenes enamoradizos que tropieza con asesinatos y tráficos millonarios, fuma los mismos cigarrillos que el autor. Y como él, es un fundamentalista del bandoneón de Aníbal Troilo. “Esta novela también tiene una suerte de reconocimiento, de agradecimiento. Hay una serie de guiños a mis amigos, de juegos, que incluye a los personajes también. Inclusive en la música: en un momento Demarchi le dice a Mariani ‘yo conozco un tipo que escucha a los Chalchaleros’ y Mariani contesta ‘andá mentiroso, esa no te la cree nadie’, porque los detesto. Hay una gran reivindicación del tango; en la tercera hay una fuerte reivindicación muy fuerte de Troilo, que es la música que a mí me gusta”.

¿Hay algún criterio que hile la trilogía de La balada del Británico?

“Sí, hay una serie de elementos. Lo que las separa son las historias, que son tres historias totalmente independientes. O sea, se puede leer la segunda sin haber leído la primera. Pero hay una serie de elementos conductores que, digamos, unifican. Es, más o menos, como hace Chandler con Marlowe, como en algunas novelas ha hecho Manuel Vázquez Montalván. Es decir, lo que tenemos es una ubicación física del personaje que se llama el escenario. Lo que vos modificás son las tramas, pero el vecindario y los personajes son los mismos. Y en el caso de la trilogía el elemento unificador indudablemente es el personaje. Como en toda novela, lo más importante es el personaje, no la trama. La trama es lo más importante en el cuento, no en la novela. En la novela, lo importante es encontrar al personaje”.

Malharro sugiere que sus novelas pueden ser consideradas históricas. La primera, Banco de niebla, iría de del ’73 al ’75, campo de acción de la Triple A adonde Mariani debe retrotraerse. La segunda, Calibre.45, trata sobre la democracia pero con el tema de robos, hurtos, negociaciones que ha habido respecto al patrimonio nacional. Y la tercera y última cae de lleno en el período ’76-’79 en Campo de Mayo. “Es una investigación sobre los torturadores –anticipa el autor-, sobre la tortura y sobre un tema sobre el que la novela apenas tira la pregunta: ¿por qué no hubo venganza? Hay una discusión, en la que un abogado le dice a Mariani que toda justicia es una suerte de venganza. Luego, Mariani la invierte y dice que toda venganza es una suerte de justicia”. Se llama San Telmo a quemarropa y sus originales ya están listos.

Ya no queda café en los pocillos. Malharro se presta a las fotos, con la sola condición de que pose junto a él Rosita, quien me recuerda que ella es parte de esta historia. Con delicada caligrafía, anota su nombre en mi agenda: “Rosita Lionetti. Farmacéutica y bioquímica”. ¿Habré ingresado yo también en la historia?

Luciano Lahiteau
Foto: Ana Clara Bormida

Nota publicada en la Revista Aquí La Plata del mes de marzo de 2011.

domingo, 13 de marzo de 2011

De músicos, relojeros y algo más


En el segundo encuentro del año, Alicia Steimberg propuso un recorrido más personal buscando en la infancia, sus raíces de escritora. Al inicio de la charla, retrató a su familia, judía, pobre y porteña, como el lugar en donde conoció por primera vez los libros. “Había una biblioteca cerrada, con una puerta que tenía unas cortinas que los ocultaban. Esos eran los libros prohibidos”, recordó Steimberg. Y de inmediato citó uno de esos libros: “eran cartas de amor, que nunca podíamos leer porque decían cosas prohibidas”.
De músicos y relojeros fue su primera novela, del año 1971, cuando ella tenía 38 años. Una obra donde retrató buena parte de lo que ocurría en su familia, las peleas y los rumores que corrían en una casa grande, donde vivía con sus hermanos y su madre. “Muchos se sintieron ofendidos con la novela, porque yo había hecho pública cosas que no podía decirse en mi familia”. La protagonista de la novela conserva similares rasgos con la propia Alicia Steimberg. Una muchacha que le cuesta asumirse como judía al resto de sus amigos. Y a su condición de judía se le sumaba ser mujer. “La novela luego la mandé a concursos. Y en ese mismo año, salió finalista en dos concursos: en España, el de Seix Barral, y en Venezuela, el de Monte Avila”. Los finalistas del concurso de Seix Barral, donde había ocho argentinos, salieron anunciado en el diario, lo que a Steimberg le valió el llamado de Luis Gregorich, que trabajaba para Centro de Editor de América Latina (CEAL). “Me gustaría leer esa novela, me dijo y enseguida la publicaron”, comentó la autora de Cuando digo Magdalena, otra novela premiada, en este caso por el Premio Planeta en el año 1992.
Una persona del público le preguntó quiénes eran los músicos y quiénes los relojeros, en referencia a los protagonistas de la novela. “Los músicos eran mis tíos, pero no vivían de la música, trabajaban en una relojería. Por eso, los músicos eran los mismos relojeros”, respondió.
A los ocho años Alicia Steimberg perdió a su padre, una ausencia que cambió los hábitos de la familia. Y una ausencia que a ella la impulsó a escribir. “A veces, creo que la necesidad de escribir surgió ante esa ausencia. Muchas veces las ausencias, los dolores, generan escritores”, afirmó. De esa familia también salió otro escritor, el poeta y semiólogo Oscar Steimberg, “era el más atorrante de todos”, bromeó.
Alicia Steimberg vivió de la docencia, ella es egresada del Instituto de Lenguas Vivas, y coordinó talleres literarios. Luego de cuarenta años de coordinar talleres, escribió Aprender a escribir, en 2006, un libro que recoge esa experiencia. Y en este momento está escribiendo una segunda parte, a pedido de la editorial. “Los talleres sirven para formar escritores, y también para la subsistencia de los escritores”, bromeó nuevamente, un gesto recurrente en la charla.
Para finalizar y como enlace con la próxima visita al ciclo, la de Ana María Shua, Alicia Steimberg recordó el libro que escribieron juntas, Antología del amor apasionado, una compilación de textos de personalidades como Kafka, Mozart, Freud y Platón. El próximo jueves continúa el ciclo organizado por la Editorial Mil Botellas, con la visita de la autora de Los amores de Laurita, y de una obra reconocida en literatura infantil.

Ramón D. Tarruella
Foto: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada en Diagonales, el 14 de marzo de 2011.

martes, 8 de marzo de 2011

Ricardo Piglia: entre el acto de escribir y de leer













El pasado jueves Ricardo Piglia inauguró el cuarto año de charlas literarias en el Centro Cultural Islas Malvinas. Nada más auspicioso que un auditorio colmado de oyentes con la sola excusa de conversar sobre literatura. Y más aún, con la presencia de un escritor de la estatura de Piglia que a la hora de hablar del tema, resulta de lo más generoso.
“Tengo un recuerdo muy afectuoso y nostálgico de la ciudad de La Plata, además, a uno le gustan mucho los lugares donde fue joven”, comentó el autor de la novela Plata quemada (1997) siendo que, entre pensiones y almuerzos en el comedor universitario, se arrimó a la ciudad desde Adrogué (provincia de Buenos Aires) decidido a estudiar Historia en la UNLP.
Por la mesa rondaron nombres de trayectoria como el de David Viñas, baluarte de toda una generación de escritores e intelectuales del país. También encuentros y anécdotas, como las que Piglia cruzó de muy joven con Jorge Luis Borges. O con Julio Cortázar, en un viaje en ascensor hasta el piso número 17, sin saber bien qué decir y ante la extraordinaria pregunta de él, “¿Qué tal si me das tu libro de cuentos para leer?”. En referencia a su primer obra de cuentos, La invasión (1967).
De Borges, trajo a la mesa su gran admiración: “era un escritor en constante actividad: iba a charlas, enseñaba sin paternalismos, escribía todo el tiempo en revistas”. Asimismo, expresó la posición conflictiva que lo llevaba a tomar, respecto a las primeras producciones de Borges por un lado y a sus posicionamientos políticos, por otro. Entre las anécdotas, contó una muy graciosa de cuando fue a su casa a invitarlo especialmente a un ciclo de conferencias que organizaba la universidad de La Plata. “Supongamos que en ese momento eran mil pesos y se los ofrecíamos para que venga a La Plata. No, me dijo, es mucho. Entonces le sugiero que la acepte, que igual era plata que disponía la universidad. No, le voy a cobrar quinientos”, reprodujo Piglia y remató con la frase que más tarde Borges agregó al estrecharle la mano en señal de despedida, “he conseguido una considerable rebaja, ¿no?”. “Siempre pensé que Borges había cedido los quinientos pesos para que yo contara esta historia infinitamente. Borges, era capaz de hacer eso”, concluyó Piglia, entre las risas del público.
Surgieron también más nombres de la tradición literaria argentina, como el de Abelardo Castillo, Miguel Briante, Liliana Heker, Juan José Saer y Jorge Di Paola, con los cuales compartió “un espacio propio”. “Estábamos empezando algo diferente” y continuó, “manteníamos una relación distante en relación a las instituciones literarias del momento, incluso, casi no leíamos los suplementos literarios, tampoco adulábamos la figura tradicional del escritor”, explicó sobre ese universo que en los años sesenta y setenta se poblaba de editoriales chicas, y de la urgencia de leerse a través de revistas, desde donde se posicionaban, por ejemplo, a favor de figuras de referencia como la de Roberto Arlt.
Otro dato que salió como punto en común de esa generación, fue la experiencia de escribir y publicar cuentos. “Los cuentos que se estaban escribiendo acá, desde los años cuarenta o cincuenta, no tenían parangón. Salvo, quizás, lo que se escribían en Estados Unidos”. Aunque, al pensar en escritores como William Faulkner o Scott Fitzgerald reflexionó de inmediato, “lo curioso es que, en Estados Unidos, el cuento tuvo una gran tradición porque de eso vivían los escritores. Los cuentos se pagaban muy bien. Y la diferencia es que acá lo hacíamos no por demanda, sino porque nos gustaba la cosa”.
A todos ellos, los escritores argentinos, junto al uruguayo Juan Carlos Onetti, los definió como “escritores vacilantes, narradores inciertos, que aspiran y aspiraron a la verdad” a diferencia de otros latinoamericanos, como Gabriel García Márquez, que para Piglia “siempre escribieron desde la certeza excesiva”.
Sobre la producción narrativa contemporánea, optó por la obra de escritores como Sergio Bizzio, Alan Pauls, Pola Oloixarac y Luis Chitarroni. A la vez que reconoció cierta renovación en otro grupo, más atento a temas como el conurbano y lo mundos bajos, muchas veces estereotipados. De allí, rescató entre otros a Germán Maggiori, Marcos Herrera y Fabián Casas. Y reflexionó, “me preocupa, sí, que la mayoría de los libros estén sucediendo en el extranjero, o esa fascinación por el mundo de los nazis que últimamente apareció en cantidad de novelas. Me preocupa que respondan a demandas que no son internas a la tradición literaria misma”.
Por último, a la ineludible pregunta que llegó desde el público sobre Vargas Llosa, respondió “fue un gran novelista”. La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral(1969) fueron las novelas que Ricardo Piglia mencionó como buenas. Luego habló de su conversión ideológica y estética. Y aludiendo a una de las últimas conferencias que Vargas Llosa dio en Princeton comentó, “tampoco acuerdo con su visión reaccionaria de que vivimos en la barbarie de la civilización, ni siquiera Sarmiento sería capaz de decir eso. Echaba la culpa a Michel Foucault por haber empezado a pensar en los marginales, los locos, los delincuentes”, y agregó que “no me parece un buen modelo a seguir”.
En relación a la cuestión de la apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires, el próximo mes, Piglia declaró que le hubiese gustado que la inauguración estuviese en manos de poetas con mucho mayor criterio, como Arturo Carrera. “Uno tiene nostalgia por los grandes intelectuales de derecha. Actualmente ya no hay más. Al menos fundamentaban con solidez y formación sus posiciones antipáticas, al decir, por ejemplo: nos gusta España y somos católicos”.
En este mes, que lleva el nombre de “El revés de la trama”, los encuentros organizados por la editorial Mil Botellas continuarán con invitados/as de trayectoria. El próximo jueves 10, se espera la presencia de la escritora Alicia Steimberg, como siempre a las 19.30hs.

Sofía Silva
FOTO: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada en el diario Diagonales, el domingo 6 de marzo de 2011.

sábado, 5 de marzo de 2011

El auténtico policial británico



libros

Segunda entrega de la trilogía de policiales de Martín Malharro, Calibre .45 gira alrededor de unas monedas antiguas pero en un clima porteño donde los bares y las calles son grandes protagonistas.

Por Juan Pablo Bertazza

Casi al desenlace de Calibre .45, el flamante policial de Martín Malharro que, junto a Banco de niebla y una novela inédita en proceso de corrección, forma parte de la Balada del Británico (trilogía escenificada en el mítico bar porteño) hay una frase que ilustra a la perfección su tono, su poética: un camión deja ver escrito en su caja trasera la siguiente sentencia: “No sé si la vida me sonríe o se me caga de risa”.

Más allá del chiste, es justamente en ese difícil equilibrio entre optimismo y derrota que la escritura de Malharro resulta sumamente atractiva, casi hipnótica, al dar una vuelta de tuerca en el género incorporando protagonistas fracasados a los que, en rigor, no les va tan mal. Tal es el caso del detective Mariani, un perdedor nato aunque muy inteligente que vive malcriado por sus tías y no tiene demasiado contacto con las mujeres. Un detective honesto pero apremiado por la economía que termina agarrando cualquier caso a cambio de un poco de dinero.

Como una grata conversación con un perfecto embustero, en las novelas de Malharro da la impresión de que nada debe ser tomado con demasiada verosimilitud, ni siquiera la voz del narrador. Es que en esta novela, Malharro –docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP– vuelve a demostrar su ductilidad para mezclar realidad y ficción: lejos de ser un elemento decorativo como sucede en otros libros, las calles y bares de Buenos Aires estás descriptos con tanto realismo que se inmiscuyen en la trama; por otro lado el autor del cautivante prólogo, el periodista Ricardo Ragendorfer, se transforma en uno de los personajes de la novela. Pero lo principal que hace a la mezcla de realidad y ficción tiene que ver con la esencia de esta novela que la resignifica como el policial de la falsificación: el anticuario Mauricio Fisbein fue asesinado en su negocio y como consecuencia del delito, desapareció una valiosa colección de monedas antiguas, las Teodosio, de las cuales sólo existen 23 ejemplares en todo el mundo. A su vez, se trata de unas monedas con una historia llena de vaivenes sorprendentes: en primer lugar porque al caer el Imperio Romano de Oriente desaparecieron más de la mitad; en segundo lugar por las nuevas pérdidas que se originaron durante el convulsionado siglo XX: dos Teodosio (una de oro y otra de plata) se perdieron en el fondo del Atlántico con el hundimiento del Titanic, otras dos monedas de oro se perdieron durante la revolución rusa cuando los bolcheviques asaltaron el palacio del numismático Serguei Borlevnsky y, como si todo esto fuera poco, luego los nazis generaron con sus saqueos otras tantas pérdidas, hasta que la llegada de algunos jerarcas a nuestro país abrió el capítulo de las Teodosio en la Argentina.

La sospecha se vuelve evidencia cuando, en medio de la investigación, y a punto de negociar con los asesinos del anticuario, otro asesinato complica el caso, esta vez el de la persona que contratara los servicios de Mariani. Es así que, además del caso policial en cuestión, Calibre 45 empieza a centrarse en las lucubraciones de Mariani en torno de si seguir o no con una misión que toma un caliz por demás complicado. En esta decisión también intervendrá su entrañable amigo, el Gordo Demarchi, quien ya había brillado en Banco de niebla. Dueño de un taller mecánico, en este caso lo veremos enamorarse hasta la médula de una mujer que suma sus sospechas a la novela.

A tono con las letras de tango que tanto admira el detective Mariani, las múltiples sospechas que enriquecen este policial efectivo, urbano y tremendamente porteño ni siquiera dejan exentas a las mujeres.

Nota publicada en el suplemento Radar libros del diario Página|12, el domingo, 27 de febrero de 2011.