lunes, 18 de octubre de 2010

Luis Gusmán: entre el dilema ético y la literatura

Luis Gusmán en la charla del jueves
El escritor y psicoanalista Luis Gusmán estuvo el jueves en la ya clásica entrevista pública que organiza la editorial Mil Botellas en el Centro Cultural Islas Malvinas. Con gran entusiasmo, Gusmán hizo un recorrido minucioso por su obra, desde El frasquito (1973), pasando por Villa (1996) hasta su autobiografía, Los muertos no mienten (2009) que tuvo como materia prima el mundo de su madre espiritista. Contó anécdotas y sobre todo, coincidencias, con las que aún convive y que para el autor fueron y son el punto de partida de buena parte de su obra.
De su libro iniciático y más polémico, El frasquito, dijo que “lo escribí como pude, allí no hubo corrección” y agregó, “es para mí una especie de rezo, mejor diría un mito o un libro inspirado”. Sin embargo, se trató de una obra de vanguardia y experimental muy leída en su momento, antes de figurar en la lista de libros prohibidos por el gobierno militar.
Sobre Villa, una narración sobre la violencia en los años previos al golpe de Estado de 1976, explicó que “fue un encuentro, un quiebre, una ruptura, porque me decidí a escribir desde un personaje más que darle importancia primordial al trabajo con el lenguaje”.
Gusmán se animó también, a la autocrítica. “Mis dos novelas fallidas son El corazón de junio (1983) y La música de Frankie (1993)”, sentenció, pese a que la primera fue premiada con el Premio Boris Vian. Para Luis Gusmán, en general, la literatura contemporánea ha dejado de plantear ciertos problemas éticos: “las nuevas producciones fueron tomadas por el procedimiento, por la técnica”. Un cuestionamiento que atraviesa buena parte de sus obras. Y siguiendo con este conflicto, compartió con el público más preguntas, “¿Por qué, por ejemplo, no se escribe una obra sobre la venganza personal a los militares?, ¿por qué no la hay todavía?”.
A partir de las lecturas que le permitieron ir tomando otros rumbos, sus métodos de trabajo han cambiado a la hora de sentarse a escribir. “Antes yo escribía sin saber bien a dónde iba en la trama, ya no puedo”, expresó Gusmán en relación a su oficio. Ante el dilema de hallar valores en sus historias, una posible solución para el escritor es “escribir una tragedia. Situar al personaje frente a un conflicto donde deba tomar decisiones”.
Contó de su novela El peletero (2007) que surgió por un cartel con el que se topó a la vuelta de su consultorio, “Su antigua piel tiene valor. Refórmela y cámbiela por otra". "Como si fuera tan fácil me dije”. Y trajo a la charla el problema de un hombre despojado de su oficio de peletero, “desafectado” en sus palabras, fuera del mundo pero a fin de cuentas, en el trajín de la existencia.
Hacia el final, recomendó volver a leer a los grandes, a Franz Kafka, Vladimir Nabokov, Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, “ellos inventaron un registro nuevo, algo que no estaba hasta el momento en la literatura”. Y en Borges se detuvo, sumando anécdotas y admirando su ingenio, “era una máquina”. Luego agregó, “yo tuve la suerte de haber conversado y estado frente a Borges, y lo recuerdo como una de las mejores cosas que me pasó en la vida”. El cierre fue con humor, una seguidilla de frases borgeanas provocó sonrisas al auditorio. Por ejemplo cuando le preguntaron, “¿usted quiere servirse vino blanco o tinto, maestro?”, y Borges respondió, “me da lo mismo, soy ciego”.
El mes de octubre titulado "Los muchos que escriben", continúa el jueves 28 con la presencia de los narradores, Luisa Valenzuela y el escritor platense Leopoldo Brizuela a las 19.30hs.

Sofía Silva
Foto: Delfina Magnoni.
Nota publicada el 18 de octubre de 2010 en el diario Diagonales.

domingo, 10 de octubre de 2010

"Me alucina el acto creador". "Escribir es descubrir algo mío".


El jueves pasado en el Centro Cultural Islas Malvinas, Hugo Mujica fue capaz de cautivar, desde el silencio y la reflexión, a un público que llenó el auditorio.
El narrador y poeta se dispuso a contar anécdotas formativas de su familia, así como las raíces filosóficas para escribir ese momento supremo que es la creación.
La familia de Hugo Mújica era anarquista y por eso desde chico le infundieron la necesidad de leer. Sin embargo, por una situación azarosa encontró la lectura. “Mi mamá me mandó a jugar básquet al club de Independiente para que yo creciera de tamaño. Pero no me gustaba el básquet. Así que descubrí la biblioteca y me la pasaba leyendo. No crecí demasiado, pero descubrí la lectura”, recordó Mujica. Como buena parte de la vida de Mujica, tomó decisiones sin trazados previos. A los 19 años viajó a New York, donde participó de la intensidad de los años sesenta, donde compartió momentos con Andy Warhol, Dustin Hoffman, Allen Ginsberg. Y tiempo después, se sumó a la Orden Trapense, lugar en que estuvo siete años sumido en el silencio.
Su experiencia en la Orden también tuvo otro descubrimiento, algo que lo marcó para el resto de su vida. Y fue la escritura. “El silencio es una palabra mal usada. Yo fui a buscar el silencio. Por eso, mi paso por la Orden no es soledad, es apartamiento. Fue someterme a una desnudez”, explicó Mujica, en otra de las pausas que sabía encontrar antes de cada respuesta, buscando la palabra precisa. En la Orden, luego de un tiempo, encontró la escritura. “Yo tomaba nota de lo que me sucedía en la Orden. Hasta que en una salida de sol, describí esa imagen. Así nació un poema, nacía mi escritura”, confesó. Ese nacimiento indicó un lugar desde el que Mujica piensa, vive, y sobre todo, crea. “Me alucina el acto creador, eso es lo que me interesa. Escribir es descubrir algo mío. Crear es más sabio que saber. El crear es un continuar naciendo”, agregó, en uno de los tantos momentos de reflexión que supo coronar. El público siguió atento esos momentos, como un auténtico hallazgo en cada palabra.
Hugo Mujica estudió Teología, Bellas Artes y Filosofía. Por eso además de la poesía y los libros de cuentos, su obra incluye varios libros de ensayos, donde se dedicó a la obra de Georg Trakl y Heidegger, entre otros. “Se que algún día va explotar y voy escribir sobre Hölderlin y Clarice Lispector”, prometió. Aunque él mismo se asumió como poeta más que narrador. "La poesía es 90 % inspiración y 10 % sudor. La idea es no intrometerse en esa inspiración”.
El encuentro terminó con la lectura de sus poemas, para luego firmar ejemplares a buena parte del público. El ciclo continuará el jueves próximo con la visita del narrador Luis Gusmán, autor de Villa y El frasquito, entre otras obras.

Ramón D. Tarruella
Foto: Mil Botellas
Nota publicada el domingo 10 de octubre de 2010 en el diario Diagonales.

lunes, 4 de octubre de 2010

"No puedo evitar seguir escribiendo"

Héctor Negro
Héctor Negro cerró el mes de septiembre en el ciclo organizado por la Editorial Mil Botellas. Al cabo de una hora y media, su voz aguardentosa evocó a figuras como Carlos Gardel, Juan Gelman y Celedonio Flores, además de recitar glosas y referirse al arte de combinar las letras con la música.
Hincha de Independiente y criado en el barrio porteño de Colegiales, Negro recordó como “el tango llegó a mí y me fue envolviendo a través de unos tíos que tocaban el bandoneón en la casa chorizo de mi infancia”. En el recuerdo se coló un inquilino que “pasaba los discos de Gardel en la vitrola”, alguien a quien el miembro de la Academia del Tango le reconoció “una capacidad melódica admirable”.
Al hablar de sus inicios, cuando decidió ponerle versos a los cantos de murga de su barriada, nombró a Celedonio Flores como “el poeta que más lo marcó” y a Juan Gelman como “el que me hizo engrupir que era poeta”. Junto a Gelman, en los años cincuenta, formaron parte del Grupo de Poesía “El Pan Duro”, cuyo fin era llevar la poesía a lugares como sociedades de fomento, teatros o conventillos.
De sus primeros escritos surgió el libro Bandoneón de papel, editado en 1957. En 1964, “El Pan Duro” se disolvió y Negro se dedicó de lleno a escribir canciones, formando dupla primero con Osvaldo Avena. Ellos dos compusieron “Esta ciudad”, que ganaría en 1967, el Festival de la Canción de Buenos Aires. “Después invitamos a cenar a la barra que gritó por nosotros, pero como no habíamos cobrado el premio no teníamos plata para pagar”, rememoró y reveló que fue Tania, la viuda de Discépolo la que los sacó del apuro.
Ese mismo año, Pugliese se fijaría en “Bien de abajo”, una letra que grabó con su orquesta justamente por tener “la misma fuerza de Discépolo pero optimista”. También en 1967, Mercedes Sosa grabaría la milonga “Para cantarle a mi gente”. “La milonga es la verdadera balada argentina”, agregó Negro.
Sobre la labor compositiva, Negro definió: “Una buena letra y una buena melodía para hacer una buena canción tienen que ser como el guante y la mano; calzar perfecto” Y consideró que “a diferencia de la poesía en el tango no se puede releer” de ahí la importancia de una buena interpretación.
Como broche final, el autor de “Viejo Tortoni” leyó los versos de un poema perteneciente a su libro reciente Cantaría hasta el fin. “Una de las cosas que no puedo evitar es seguir escribiendo”, remarcó antes de agradecer al público presente “el silencio respetuoso que a veces habla más que los aplausos”.
El ciclo Cuatro Ficciones continuará el próximo jueves, dando inicio a octubre, mes que tendrá como nombre Los muchos que escriben, donde los invitados serán todos escritores. El primer encuentro contará con la presencia del poeta y narrador Hugo Mujica.


Mauro Basiuk.
Foto: Delfina Magnoni
Nota publicada en el Diario Diagonales, el lunes 4 de octubre de 2010.