La reciente aparición del libro El circo nunca muere del narrador platense Gabriel Báñez, pone a circular el único libro de cuentos de este escritor que supo retratar los costados sórdidos de la realidad con ironía extrema y personajes al límite del grotesco.
Bañez, quien nació en La Plata en 1951 y se quitó la vida en esa ciudad en 2009, se inició en 1975 con la novela Parajes, a partir de la cual desarrollaría una producción sostenida que comprende una decena de novelas más, entre ellas El capitán Tresguerras fue a la guerra, Hacer el odio, Paredón, paredón, Virgen y Cultura.
Si bien hay quienes afirman que fue un autor poco leído, varios de sus textos fueron traducidos, galardonados en premios nacionales e internacionales -su novela última, La cisura de Rolando recibió en 2008 el Primer Premio de Novela Letra Sur- e incluso llevados al cine.
Editado por Mil Botellas, El circo nunca muere recoge los escasos relatos escritos por este autor lúcido, diestro en el manejo del humor negro y la parodia, cuyas franjas de escepticismo expresaban el desacomodo de sus personajes y seguramente el suyo propio.
Ramón Tarruella, también narrador y responsable de la editorial Mil Botellas, cuenta que para hacer posible este único libro de cuentos de Báñez debieron reunir textos dispersos en revistas culturales, aunque el relato que da título al libro ya había salido en 1992.
"El circo nunca muere" es una historia de amor original. El intento de un hombre que agota hasta el último recurso para quedarse con la mujer que ama. Lo escabroso se solapa por el mismo amor del personaje, Mc Cornick; de allí la maestría narrativa de Báñez: soslayar la parte morbosa desde los mismos sentimientos”, relató a Télam.
El escenario es un circo abandonado cuyos restos ocultan una historia que Tarruella define como “despareja, genuina y trágica; un bellísimo relato contado es forma lineal, sin destellos poéticos. La poesía está en los mismos gestos de los personajes. Es el amor, a secas”.
Báñez, agrega el editor, “no es un autor para leer desprevenido, es provocador. Un escritor con claves propias que esfuerza al máximo el límite de la tolerancia y la cordura de sus personajes”.
Tarruella sostiene que en la narrativa del escritor existe una búsqueda por “desconcertar, salir del lugar común, y sobre todo tratar temas ríspidos desde enfoques inciertos, inquietantes. No es un autor para leer desprevenido. Obliga a pensar desde otra arista los temas que trata”.
De los títulos de Báñez, el editor dice que Hacer el odio, Góndolas y Cultura son sus preferidos: “En Hacer el odio el personaje, que no alcanza la voluntad de ser torturador ni pertenecer a un grupo de tareas, se conforma con atormentar a su novia judía”.
“Este libro puede compararse con grandes novelas como Villa de Luis Gusmán y Dos veces junio de Martín Kohan, comparten personajes que no son victimarios pero contemplan la acción del verdugo y toman conciencia de eso, de a poco. Es ese gris que tanto molesta y que tanto cuesta retratar, analizar”.
Por su parte Góndolas-agrega- “es una novela corta donde se repiten temas recurrentes como el poder de las instituciones y el sexo como seducción y/o represión. Mientras que en Cultura retrata con un tono neutro, kafkiano, un panorama parasitario: el ambiente cultural desde el Estado. Báñez elude la importancia de la trama; se preocupa por exponer ese clima oprobioso, gris”.
La novela desnuda la hipocresía de los ámbitos institucionales, burocráticos, solemnes: la lucha por el poder y una suma de impostaciones resuelta en la cuerda de la ironía y el sarcasmo.
Esas marcas retrotraen a Tarruella a una entrevista realizada a Báñez en 1996: “El decía que el grotesco era un paso más del escepticismo, una visión más fondo que permite reírse de sí mismo. A ese tono kafkiano que le permite correrse del realismo, le agrega el humor tan particular en Arlt, de personajes trágicos pero sin tragedia”.
En las páginas de Cultura parecieran deslizarse algunas claves autobiográficas del autor: un personaje escindido (llamado Ibáñez) y una repetida alusión a la depresión y al suicidio.
“Fue una señal de algo que lo saturó. Sin embargo continuó en esos lugares ‘impostados’. El mismo se decía como editor de La Comuna un impostor. Es la crítica de alguien que estuvo dentro, transitó por esos pasillos y compartió eventos con esos personajes que detestaba”, asegura Tarruella.
“El título solemne de Cultura es un indicio de la insignificancia de ciertos términos cuando el Estado y las instituciones caducas se los apropian”, acota.
“Cultura es una gran novela y también un gesto que, a mi modo de ver, anticipó su suicidio. Fue, como se dice, ‘patear el tablero’. Yo creo que, de alguna manera, cuando decidió editar esa novela, también opinó, dio su veredicto de una ciudad que él veía como clausurada, cerrada”, explica eleditor.
“Esa contradicción -agrega Tarruella- la resolvió en la novela convirtiendo en absurdo el rol estatal -lleno de ‘fisuras y fallas’ como solía decir- en algo perenne, justamente estático, lo contrario a cómo veía la escritura. De alguna manera, también estaba dando por cerrado su intento de conciliarse con ese ambiente y esos personajes”.
Tarruella encuentra vecindades entre la narrativa de Báñez y textos-sobre todo en el humor- de autores como Roberto Fontanarrosa y Boris Vian, también cita a Leopoldo Marechal: “En el tono irónico, aunque Báñez posee una prosa más llana, más norteamericana, coloquial”.
Por último, tras mencionar que entre el material inédito que habría dejado Báñez figura una novela titulada Jitler –“así, con jota”-, brinda Tarruella un recuerdo de cercanía: “Báñez fue muy importante para mi formación. Fue el editor de mis dos primeros libros y me impulsó a coordinar talleres literarios, un espacio donde aprendí y aprendo muchísimo”.
Nota publicada en Télam, el domingo 29 de enero de 2012.
Bañez, quien nació en La Plata en 1951 y se quitó la vida en esa ciudad en 2009, se inició en 1975 con la novela Parajes, a partir de la cual desarrollaría una producción sostenida que comprende una decena de novelas más, entre ellas El capitán Tresguerras fue a la guerra, Hacer el odio, Paredón, paredón, Virgen y Cultura.
Si bien hay quienes afirman que fue un autor poco leído, varios de sus textos fueron traducidos, galardonados en premios nacionales e internacionales -su novela última, La cisura de Rolando recibió en 2008 el Primer Premio de Novela Letra Sur- e incluso llevados al cine.
Editado por Mil Botellas, El circo nunca muere recoge los escasos relatos escritos por este autor lúcido, diestro en el manejo del humor negro y la parodia, cuyas franjas de escepticismo expresaban el desacomodo de sus personajes y seguramente el suyo propio.
Ramón Tarruella, también narrador y responsable de la editorial Mil Botellas, cuenta que para hacer posible este único libro de cuentos de Báñez debieron reunir textos dispersos en revistas culturales, aunque el relato que da título al libro ya había salido en 1992.
"El circo nunca muere" es una historia de amor original. El intento de un hombre que agota hasta el último recurso para quedarse con la mujer que ama. Lo escabroso se solapa por el mismo amor del personaje, Mc Cornick; de allí la maestría narrativa de Báñez: soslayar la parte morbosa desde los mismos sentimientos”, relató a Télam.
El escenario es un circo abandonado cuyos restos ocultan una historia que Tarruella define como “despareja, genuina y trágica; un bellísimo relato contado es forma lineal, sin destellos poéticos. La poesía está en los mismos gestos de los personajes. Es el amor, a secas”.
Báñez, agrega el editor, “no es un autor para leer desprevenido, es provocador. Un escritor con claves propias que esfuerza al máximo el límite de la tolerancia y la cordura de sus personajes”.
Tarruella sostiene que en la narrativa del escritor existe una búsqueda por “desconcertar, salir del lugar común, y sobre todo tratar temas ríspidos desde enfoques inciertos, inquietantes. No es un autor para leer desprevenido. Obliga a pensar desde otra arista los temas que trata”.
De los títulos de Báñez, el editor dice que Hacer el odio, Góndolas y Cultura son sus preferidos: “En Hacer el odio el personaje, que no alcanza la voluntad de ser torturador ni pertenecer a un grupo de tareas, se conforma con atormentar a su novia judía”.
“Este libro puede compararse con grandes novelas como Villa de Luis Gusmán y Dos veces junio de Martín Kohan, comparten personajes que no son victimarios pero contemplan la acción del verdugo y toman conciencia de eso, de a poco. Es ese gris que tanto molesta y que tanto cuesta retratar, analizar”.
Por su parte Góndolas-agrega- “es una novela corta donde se repiten temas recurrentes como el poder de las instituciones y el sexo como seducción y/o represión. Mientras que en Cultura retrata con un tono neutro, kafkiano, un panorama parasitario: el ambiente cultural desde el Estado. Báñez elude la importancia de la trama; se preocupa por exponer ese clima oprobioso, gris”.
La novela desnuda la hipocresía de los ámbitos institucionales, burocráticos, solemnes: la lucha por el poder y una suma de impostaciones resuelta en la cuerda de la ironía y el sarcasmo.
Esas marcas retrotraen a Tarruella a una entrevista realizada a Báñez en 1996: “El decía que el grotesco era un paso más del escepticismo, una visión más fondo que permite reírse de sí mismo. A ese tono kafkiano que le permite correrse del realismo, le agrega el humor tan particular en Arlt, de personajes trágicos pero sin tragedia”.
En las páginas de Cultura parecieran deslizarse algunas claves autobiográficas del autor: un personaje escindido (llamado Ibáñez) y una repetida alusión a la depresión y al suicidio.
“Fue una señal de algo que lo saturó. Sin embargo continuó en esos lugares ‘impostados’. El mismo se decía como editor de La Comuna un impostor. Es la crítica de alguien que estuvo dentro, transitó por esos pasillos y compartió eventos con esos personajes que detestaba”, asegura Tarruella.
“El título solemne de Cultura es un indicio de la insignificancia de ciertos términos cuando el Estado y las instituciones caducas se los apropian”, acota.
“Cultura es una gran novela y también un gesto que, a mi modo de ver, anticipó su suicidio. Fue, como se dice, ‘patear el tablero’. Yo creo que, de alguna manera, cuando decidió editar esa novela, también opinó, dio su veredicto de una ciudad que él veía como clausurada, cerrada”, explica eleditor.
“Esa contradicción -agrega Tarruella- la resolvió en la novela convirtiendo en absurdo el rol estatal -lleno de ‘fisuras y fallas’ como solía decir- en algo perenne, justamente estático, lo contrario a cómo veía la escritura. De alguna manera, también estaba dando por cerrado su intento de conciliarse con ese ambiente y esos personajes”.
Tarruella encuentra vecindades entre la narrativa de Báñez y textos-sobre todo en el humor- de autores como Roberto Fontanarrosa y Boris Vian, también cita a Leopoldo Marechal: “En el tono irónico, aunque Báñez posee una prosa más llana, más norteamericana, coloquial”.
Por último, tras mencionar que entre el material inédito que habría dejado Báñez figura una novela titulada Jitler –“así, con jota”-, brinda Tarruella un recuerdo de cercanía: “Báñez fue muy importante para mi formación. Fue el editor de mis dos primeros libros y me impulsó a coordinar talleres literarios, un espacio donde aprendí y aprendo muchísimo”.
Nota publicada en Télam, el domingo 29 de enero de 2012.
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