POR FABIÁN SOBERÓN
Zuhair Jury nació en Mendoza, en el seno de una familia pobre. Publicó su primer libro de cuentos, El dependiente y otros cuentos, en 1969. Escribió, entre muchos, los guiones de las clásicas películas de Leonardo Favio: Crónica de un niño solo (1964), El dependiente (1969) y Juan Moreira (1973). Como director filmó seis películas, entre ellas, El fantástico mundo de María Montiel (1978), El largo viaje de Nahuel Pan (1995) y El piano mudo (2008), una ficción sobre la vida del músico Miguel Angel Estrella. La editorial Mil Botellas (http://milbotellas.blogspot.com) acaba de reeditar en La Plata su primer libro de cuentos con el nombre El romance del Aniceto y otros cuentos: una joya secreta de la literatura argentina.
Con un trabajo preciso en el lenguaje y un uso oportuno del suspenso narrativo, sus cuentos narran escenas absurdas de personajes crueles en un pueblo perdido. Desde un rincón de la provincia de Buenos Aires, Zuhair Jury evoca, con melancolía y rara timidez, la escritura de sus míticos cuentos.
—¿Cuándo empezó a escribir?
—Mi primera narración fue “El Romance del Aniceto”. Tenía 22 años. Y para comenzar mis excesos debo confiarle que no lo escribí porque considerara que podía acometer sucesos narrativos. Sencillamente comencé a escribirlo buscando una salida de escape a mi angustia de haber tenido —por necesidad— que abandonar mi tierra, mis cielos y mis fechorías de muchacho marginal. Así es que, como desahogo, comencé a escribir “El Aniceto” el que, de alguna forma, era yo. En un cuento posterior, “La Boliviana”, quizá pueda entenderse este estigma.
—¿Cuáles fueron los autores que consideraba precursores o referentes cuando escribió el libro que se acaba de reeditar?
—Nosotros no hemos tenido formación cultural. Yo apenas he cursado el cuarto grado primario. Pero sí recuerdo, como cosa particular a lo sensible, que en el rancho en que vivíamos, siendo muchacho, abrí una vez una Biblia, y la primera frase, “Y en el principio era el caos”, causó en mí, desde la concepción puramente narrativa una conmoción que aún hoy perdura. Recuerdo, también haber leído La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Y posteriormente algunos otros autores entre los que destaco grandemente a Roberto Arlt.
—La primera edición de su libro es de 1969. ¿Ha cambiado su visión de la literatura desde aquella edición hasta hoy?
—Sí. Hoy el realismo escrito por terceros me conmueve como siempre. Pero en lo personal, ahora me es imperioso transitar por un camino en donde los personajes convivan desde el realismo con lo ilusorio, e inclusive con lo fantástico. Sobre este asunto tengo un trabajo que explicaría mejor lo que digo.
—¿Cómo ve hoy su libro El Romance del Aniceto?
—Considero que tiene, aún hoy, cosas atendibles. Hay en sus cuentos un trabajo preciso con el lenguaje y un oportuno uso del suspenso narrativo. También se lee una estructura sólida en cada cuento y una aproximación a la estética realista. Creo que hay un cruce logrado entre precisión formal y atmósfera social (escenarios de pobres, miseria pueblerina), dos aspectos que en ocasiones van separados en otros narradores.
—¿Le preocupa tanto el trabajo formal como el tema o la atmósfera social en sus cuentos? ¿Cómo ve esta relación?
—Me siento en conflicto para explicar lo que usted pregunta... Dividir la formalidad estética de la cual pueda emerger lo social, es un discernimiento que me cuesta dilucidar. Si en mis trabajos aparecen estas interrelaciones, brotan naturales sin advertencias de que están ocurriendo.
—“El dependiente” es casi una novela corta. ¿El proceso de escritura de este texto fue similar a la escritura de los cuentos más breves?
—No. En “El dependiente” la índole de los personajes “apresa” al narrador y lo obliga a la lasitud, a irlos desmenuzando en sus detalles mínimos, pues están constituidos de infinitas pequeñas miserias; de ahí que casi se me haya ido a novela corta. Los otros, no. En algunos he rozado la simbología más que la narrativa en sí, por ejemplo: “De un sucedido”.
—¿Para usted hay diferencias entre la escritura de una novela breve y un cuento corto?
—Sí, aunque parecen primos hermanos. El cuento corto está obligado a ser taxativo y obrar rotundo.
—Creo que “El dependiente” puede ser leído como un cuento kafkiano. ¿Le interesa el absurdo como recurso narrativo?
—Me interesa el absurdo, no como recurso narrativo sino porque la vida participa más de ello.
—¿Cómo construyó “El dependiente”, ese cuento extraordinario?
—“El dependiente”, como todos los demás cuentos, es parte de la gente de aquel pueblo del que le hablaba. Allí, en mi adolescencia fui despertando a la composición humana que va de lo maravilloso a lo brutal. Y consideré muy necesario documentar a estos personajes de existencias tan chatas que orillan lo siniestro.
—Bioy Casares estaba descontento con las versiones cinematográficas de su cuentos y novelas. ¿Siente que las películas de Leonardo Favio basadas en sus cuentos le han hecho justicia a esos relatos?
—Más que justicia, los engrandeció.
—En la mayoría de los cuentos la poesía se expande como un mar. ¿Es un rasgo circunstancial la marca de la poesía en su prosa? ¿O cree que es el resultado de un trabajo minucioso con el lenguaje?
—Si es que devienen zonas que se aproximan a un ritmo poético, quizá se pueda deber a un muy profundo amor a la palabra, pero si esto ocurre no es porque yo obre buscando ese hecho, que por otra parte considero peligrosísimo. Creo que si suceden rasgos poéticos en narrativa, éstos deben ser más presumidos que advertidos como “intencionalidad”. Aún después de editado, he advertido en dos o tres zonas el peligro del que hablo, pues en esas zonas el giro de la prosa ha caído casi a prosa rimada sin que haya habido intencionalidad de mi parte. Pero también lo entiendo y lo legitimo, pues es mi forma de sentir.
—Usted es guionista, realizador cinematográfico y escritor. ¿Con cuál de estos oficios se siente más cómodo?
—Con casi todos por igual, aunque la narrativa me es más entrañable.
—¿Cómo entiende la relación entre literatura y cine? ¿Cree que es conflictiva?
—Muy conflictiva. Porque la narrativa literaria contiene entre otras cosas introspección. Ejemplo: Al sacar entrada en el bailable, el Aniceto pide “Una, caballero... —y como siempre, la palabra lo hizo sentir ridículo, le resultaba ampulosa, como pedida desde la montura de un caballo de naipe”. Esta aclaración sensorial que permite la narrativa, y que a su vez le da al lector la advertencia de que el personaje, mas allá de su rusticidad, es de una sensibilidad especial, es intransferible al cine.
Entrevista publicada en el diario La Capital de Rosario, el lunes 19 de julio de 2010.
Zuhair Jury nació en Mendoza, en el seno de una familia pobre. Publicó su primer libro de cuentos, El dependiente y otros cuentos, en 1969. Escribió, entre muchos, los guiones de las clásicas películas de Leonardo Favio: Crónica de un niño solo (1964), El dependiente (1969) y Juan Moreira (1973). Como director filmó seis películas, entre ellas, El fantástico mundo de María Montiel (1978), El largo viaje de Nahuel Pan (1995) y El piano mudo (2008), una ficción sobre la vida del músico Miguel Angel Estrella. La editorial Mil Botellas (http://milbotellas.blogspot.com) acaba de reeditar en La Plata su primer libro de cuentos con el nombre El romance del Aniceto y otros cuentos: una joya secreta de la literatura argentina.
Con un trabajo preciso en el lenguaje y un uso oportuno del suspenso narrativo, sus cuentos narran escenas absurdas de personajes crueles en un pueblo perdido. Desde un rincón de la provincia de Buenos Aires, Zuhair Jury evoca, con melancolía y rara timidez, la escritura de sus míticos cuentos.
—¿Cuándo empezó a escribir?
—Mi primera narración fue “El Romance del Aniceto”. Tenía 22 años. Y para comenzar mis excesos debo confiarle que no lo escribí porque considerara que podía acometer sucesos narrativos. Sencillamente comencé a escribirlo buscando una salida de escape a mi angustia de haber tenido —por necesidad— que abandonar mi tierra, mis cielos y mis fechorías de muchacho marginal. Así es que, como desahogo, comencé a escribir “El Aniceto” el que, de alguna forma, era yo. En un cuento posterior, “La Boliviana”, quizá pueda entenderse este estigma.
—¿Cuáles fueron los autores que consideraba precursores o referentes cuando escribió el libro que se acaba de reeditar?
—Nosotros no hemos tenido formación cultural. Yo apenas he cursado el cuarto grado primario. Pero sí recuerdo, como cosa particular a lo sensible, que en el rancho en que vivíamos, siendo muchacho, abrí una vez una Biblia, y la primera frase, “Y en el principio era el caos”, causó en mí, desde la concepción puramente narrativa una conmoción que aún hoy perdura. Recuerdo, también haber leído La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Y posteriormente algunos otros autores entre los que destaco grandemente a Roberto Arlt.
—La primera edición de su libro es de 1969. ¿Ha cambiado su visión de la literatura desde aquella edición hasta hoy?
—Sí. Hoy el realismo escrito por terceros me conmueve como siempre. Pero en lo personal, ahora me es imperioso transitar por un camino en donde los personajes convivan desde el realismo con lo ilusorio, e inclusive con lo fantástico. Sobre este asunto tengo un trabajo que explicaría mejor lo que digo.
—¿Cómo ve hoy su libro El Romance del Aniceto?
—Considero que tiene, aún hoy, cosas atendibles. Hay en sus cuentos un trabajo preciso con el lenguaje y un oportuno uso del suspenso narrativo. También se lee una estructura sólida en cada cuento y una aproximación a la estética realista. Creo que hay un cruce logrado entre precisión formal y atmósfera social (escenarios de pobres, miseria pueblerina), dos aspectos que en ocasiones van separados en otros narradores.
—¿Le preocupa tanto el trabajo formal como el tema o la atmósfera social en sus cuentos? ¿Cómo ve esta relación?
—Me siento en conflicto para explicar lo que usted pregunta... Dividir la formalidad estética de la cual pueda emerger lo social, es un discernimiento que me cuesta dilucidar. Si en mis trabajos aparecen estas interrelaciones, brotan naturales sin advertencias de que están ocurriendo.
—“El dependiente” es casi una novela corta. ¿El proceso de escritura de este texto fue similar a la escritura de los cuentos más breves?
—No. En “El dependiente” la índole de los personajes “apresa” al narrador y lo obliga a la lasitud, a irlos desmenuzando en sus detalles mínimos, pues están constituidos de infinitas pequeñas miserias; de ahí que casi se me haya ido a novela corta. Los otros, no. En algunos he rozado la simbología más que la narrativa en sí, por ejemplo: “De un sucedido”.
—¿Para usted hay diferencias entre la escritura de una novela breve y un cuento corto?
—Sí, aunque parecen primos hermanos. El cuento corto está obligado a ser taxativo y obrar rotundo.
—Creo que “El dependiente” puede ser leído como un cuento kafkiano. ¿Le interesa el absurdo como recurso narrativo?
—Me interesa el absurdo, no como recurso narrativo sino porque la vida participa más de ello.
—¿Cómo construyó “El dependiente”, ese cuento extraordinario?
—“El dependiente”, como todos los demás cuentos, es parte de la gente de aquel pueblo del que le hablaba. Allí, en mi adolescencia fui despertando a la composición humana que va de lo maravilloso a lo brutal. Y consideré muy necesario documentar a estos personajes de existencias tan chatas que orillan lo siniestro.
—Bioy Casares estaba descontento con las versiones cinematográficas de su cuentos y novelas. ¿Siente que las películas de Leonardo Favio basadas en sus cuentos le han hecho justicia a esos relatos?
—Más que justicia, los engrandeció.
—En la mayoría de los cuentos la poesía se expande como un mar. ¿Es un rasgo circunstancial la marca de la poesía en su prosa? ¿O cree que es el resultado de un trabajo minucioso con el lenguaje?
—Si es que devienen zonas que se aproximan a un ritmo poético, quizá se pueda deber a un muy profundo amor a la palabra, pero si esto ocurre no es porque yo obre buscando ese hecho, que por otra parte considero peligrosísimo. Creo que si suceden rasgos poéticos en narrativa, éstos deben ser más presumidos que advertidos como “intencionalidad”. Aún después de editado, he advertido en dos o tres zonas el peligro del que hablo, pues en esas zonas el giro de la prosa ha caído casi a prosa rimada sin que haya habido intencionalidad de mi parte. Pero también lo entiendo y lo legitimo, pues es mi forma de sentir.
—Usted es guionista, realizador cinematográfico y escritor. ¿Con cuál de estos oficios se siente más cómodo?
—Con casi todos por igual, aunque la narrativa me es más entrañable.
—¿Cómo entiende la relación entre literatura y cine? ¿Cree que es conflictiva?
—Muy conflictiva. Porque la narrativa literaria contiene entre otras cosas introspección. Ejemplo: Al sacar entrada en el bailable, el Aniceto pide “Una, caballero... —y como siempre, la palabra lo hizo sentir ridículo, le resultaba ampulosa, como pedida desde la montura de un caballo de naipe”. Esta aclaración sensorial que permite la narrativa, y que a su vez le da al lector la advertencia de que el personaje, mas allá de su rusticidad, es de una sensibilidad especial, es intransferible al cine.
Entrevista publicada en el diario La Capital de Rosario, el lunes 19 de julio de 2010.
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