El jueves pasado, el ciclo literario organizado por la editorial Mil Botellas, se dio el lujo no sólo de tener a dos escritores como Luisa Valenzuela y Leopoldo Brizuela, sino también la posibilidad del encuentro de dos amigos, compañeros de viajes y lugares. Ambos escritores, que el año pasado estuvieron juntos en la Feria de Frankfurt, se prestaron a una charla con la pasión por la literatura y la amistad entre ellos, por sobre todas las cosas.
Luisa Valenzuela, quien vivió en diferentes ciudades, New York y París entre otras, admitió que era “una gran viajera”, para agregar que “una ciudad es la metáfora de la vida”. Por eso, ella se anima a ubicar sus historias en diferentes escenarios, incluso en La Plata, en el caso de algunos cuentos. “Uno quiere habitar otros mundos y por eso escribe”, definió. Leopoldo Brizuela, si bien siempre vivió en la ciudad de La Plata, viajó mucho, y esa experiencia lo llevó también a elegir diferentes escenarios, como La Patagonia y Lisboa. “Uno, en treinta años de profesión, se da cuenta que se puede hablar de más cosas en la novela”, comentó el autor de Inglaterra. Una fábula, Premio Clarín del año 1999.
Brizuela comenzó a escribir en los años de la última dictadura militar, cuando Valenzuela ya tenía varios libros editados. “La literatura fue una forma de escapar de la pobreza intelectual de la dictadura. No se podía hacer nada, todo era muy pobre”, confesó. Intentó siempre salir de la novela realista, desde su primer libro, Tejiendo agua, novela que recibió el Premio Fortabat en el año 1985, cuando él tenía 22 años. Valenzuela publicó su primera novela en 1966, Hay que sonreir, también buscando salir de las formas de escritura de su generación.
Ambos invitados, amigos y compañeros de ruta, coincidieron en el lado espontáneo que tiene el proceso de escritura. “Hay que tener la humildad de dejar habla ral texto”, dijo Brizuela, consejo que da a sus alumnos de los talleres literarios que coordina. Por su parte, Valenzuela propuso “llegar a metas desconocidas. Eso es escribir”. Y aprovechó para comparar la escritura con el graffitti que había leído en una breve caminata que hizo por los alrededores del Centro Cultural Islas Malvinas, antes del inicio de la charla. El graffiti decía: “Ni Dios, ni patrón, ni marido”. En el terreno de las diferencias, la autora de Cola de lagartija, admitió que se siente más cuentista que novelista, aunque cuando se sienta a escribir no se propone un cuento o novela, "dejarse llevar", esa es la idea. “Yo no me siento cuentista. Me gusta vivir esos otro mundos que es la novela”, dijo Brizuela, que a pesar de sus palabras es autor de un gran libro de cuentos, Los que llegamos más lejos, del año 2002.
En diferentes décadas, los dos invitados pasaron por la experiencia como residentes en Canadá. A Valenzuela le tocó a principios de los años setenta, cuando la residencia era de nueve meses, y compartió ese tiempo con escritores como el mexicano Fernando del Paso y el argentino Nestor Sanchez. “Esa experiencia me puso en otro lugar de la literatura, y así escribí El gato eficaz, una novela vanguardista, otra experiencia narrativa”, comentó Valenzuela, en referencia a su novela del año 1972. Brizuela rescató la posibilidad de entrar en contacto con escritores de lugar tan remotos como Europa del Este, pero admitió que no escribió tanto como se piensa.
Antes de terminar, Valenzuela dejó otra definición sobre el oficio de escribir, teniendo en cuenta los momentos vacíos: “la escritura es una maldición de tiempo completo”. Luego de finalizada la charla, ambos escritores compartieron encuentros y saludos de algunos de los presentes del lugar, para luego irse caminando juntos, sin Dios, ni patrón ni marido.
Brizuela comenzó a escribir en los años de la última dictadura militar, cuando Valenzuela ya tenía varios libros editados. “La literatura fue una forma de escapar de la pobreza intelectual de la dictadura. No se podía hacer nada, todo era muy pobre”, confesó. Intentó siempre salir de la novela realista, desde su primer libro, Tejiendo agua, novela que recibió el Premio Fortabat en el año 1985, cuando él tenía 22 años. Valenzuela publicó su primera novela en 1966, Hay que sonreir, también buscando salir de las formas de escritura de su generación.
Ambos invitados, amigos y compañeros de ruta, coincidieron en el lado espontáneo que tiene el proceso de escritura. “Hay que tener la humildad de dejar habla ral texto”, dijo Brizuela, consejo que da a sus alumnos de los talleres literarios que coordina. Por su parte, Valenzuela propuso “llegar a metas desconocidas. Eso es escribir”. Y aprovechó para comparar la escritura con el graffitti que había leído en una breve caminata que hizo por los alrededores del Centro Cultural Islas Malvinas, antes del inicio de la charla. El graffiti decía: “Ni Dios, ni patrón, ni marido”. En el terreno de las diferencias, la autora de Cola de lagartija, admitió que se siente más cuentista que novelista, aunque cuando se sienta a escribir no se propone un cuento o novela, "dejarse llevar", esa es la idea. “Yo no me siento cuentista. Me gusta vivir esos otro mundos que es la novela”, dijo Brizuela, que a pesar de sus palabras es autor de un gran libro de cuentos, Los que llegamos más lejos, del año 2002.
En diferentes décadas, los dos invitados pasaron por la experiencia como residentes en Canadá. A Valenzuela le tocó a principios de los años setenta, cuando la residencia era de nueve meses, y compartió ese tiempo con escritores como el mexicano Fernando del Paso y el argentino Nestor Sanchez. “Esa experiencia me puso en otro lugar de la literatura, y así escribí El gato eficaz, una novela vanguardista, otra experiencia narrativa”, comentó Valenzuela, en referencia a su novela del año 1972. Brizuela rescató la posibilidad de entrar en contacto con escritores de lugar tan remotos como Europa del Este, pero admitió que no escribió tanto como se piensa.
Antes de terminar, Valenzuela dejó otra definición sobre el oficio de escribir, teniendo en cuenta los momentos vacíos: “la escritura es una maldición de tiempo completo”. Luego de finalizada la charla, ambos escritores compartieron encuentros y saludos de algunos de los presentes del lugar, para luego irse caminando juntos, sin Dios, ni patrón ni marido.
Ramón D. Tarruella
FOTOS: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada el lunes 11 de julio de 2011 en el diario Diagonales.
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