Los jóvenes viejos
El rescate de Alberto Vanasco en una novela que recupera el clima existencial de los años ’60 y su generación de jóvenes urbanos.
Por Martín Pérez
La pregunta se repite, una y otra vez. Lo que cambia es el lugar. Puede ser en la casa céntrica de un amigo, al que despierta todos los mediodías para el beneplácito de la madre. O si no en un almacén barrial, dándole clases de matemática a la hija adolescente de sus dueños, que se quejan por su inconstancia horaria o por la falta de resultados de sus cursos. También en su hogar suburbano, donde despierta cada tanto, rodeado de voces femeninas que lo irritan y un hijo al que lamenta ver poco, pero del que huye apenas puede.
Lo que se pregunta todo el tiempo el protagonista de Los muchos que no viven es “¿qué hago yo acá?”. Y la respuesta jamás llega, porque preguntárselo implica perderse en interminables y recurrentes monólogos existencialistas, que se intercalan con una sucesión de intrigantes escenas triviales –y justamente por eso fascinantes–, y diálogos veloces y breves, a veces banales y forzados, otras naturales y dinámicos. Sobre esa dialéctica entre autorreflexión y velocidad vital discurre este breve libro del tan olvidado Alberto Vanasco (1925-1993), que su amigo Mario Trejo presenta –a pesar de que su edición original data de 1964– como una novela sobre Buenos Aires en los años cincuenta. “Muestra las carencias de nuestro país, la desolación y la frustración de muchos de los que sí vivíamos”, escribe Trejo en el prólogo de su merecida reedición. “Con escenas que parecen sacadas de una película, presenta una vida, la de una generación y la de sus amigos.”
Como poeta, Vanasco integró la generación del ’50, y junto a Francisco Urondo, César Fernández Moreno, Edgar Bayley y Trejo, entre otros, formó parte del grupo Poesía Buenos Aires (también se dejó ver por allí una jovencísima Alejandra Pizarnik). Entre sus novelas realistas, quienes lo reivindican celebran tanto su primer opus, escrito a los 22 años –un original policial escrito en segunda persona, titulado Sin embargo Juan vivía (1947)–, como Nueva York, Nueva York (1967), en la que el tiempo transcurre en el sentido inverso, anticipando el recurso utilizado por Martin Amis en La flecha del tiempo. Pero donde siempre ha tenido su lugar reservado es en la historia de la ciencia ficción local, gracias a los cuentos del libro Memorias del futuro (1966), escrito junto a Eduardo Goligorsky.
Aunque no se presenten como autobiográficas, las peripecias del protagonista de Los muchos... corresponden a detalles precisos de la vida de Vanasco, especialmente la sucesión de trabajos menores: en el puerto, en Tribunales o al volante de un remise. Atravesada por una bohemia extraña, que jamás es celebrada –así como los dramas familiares tampoco son subrayados–, la novela parece en realidad una película perdida de la generación del sesenta. Y allí radica tanto su mejor virtud como su mayor falencia. Náufragos de una época rápidamente anacrónica, y sin saber muy bien qué hacer con la generación que los sucederá, los jóvenes viejos de Vanasco recorren un tiempo que resulta fascinante revivir en cada una de sus escenas urbanas. Su protagonista vive en tanto se mueve, paseándose por toda clase de ámbitos, de los piringundines del bajo a los boliches de la zona norte, tanto al volante de un auto último modelo como tomándose el último tren a su hogar suburbano. Deja a su familia, se reúne con amigos que complotan sin sentido, escucha el latir de una ciudad que parece sentir ajena, como todo irremediablemente lo está cada vez que reaparecen sus dudas existenciales. Y he aquí la gran paradoja de la novela, leída medio siglo más tarde: los que –según el título– no vivían entonces son los que hoy, recuperados por la relectura, parecen estar más vivos.
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