viernes, 30 de octubre de 2009

LECTURA BARRETTIANA





RESEÑA
CUENTOS BREVES
de Rafael Barret
Cuentos breves
de Rafael Barret
Mil Botellas Grupo Editor, 2009

Por Marina Arias


La contratapa de los Cuentos breves de Rafael Barret, en esta nueva edición de Mil Botellas –la primera es de 1911 y uruguaya, en nuestro país el libro salió recién en 1932- cita una opinión que Borges soltó con respecto al autor: “... un gran escritor, espíritu libre y audaz”. Y resulta bastante difícil dar con una impresión más justa de este hombre, quien había nacido en España en 1876 pero se asumió escritor en los albores del siglo XX y en Paraguay. Atrás habían quedado una etapa como periodista en Buenos Aires y la fortuna familiar, heredada de su padre, miembro de la corona británica y de su madre, una aristócrata madrileña. Más lejos aún, sus estudios secundarios en Francia y su carrera de Ingeniería en nuestra madre patria. Su presente era la denuncia del trabajo esclavo en los yerbales a través de ensayos y artículos, ser perseguido y aferrarse a los ideales del anarquismo. Su futuro sería el destierro en Montevideo, la vuelta clandestina y una prematura muerte en Francia mientras intentaba desesperadamente escapar de la tuberculósis. Pero además, mientras vivía en forma tan intensa, Barret se las ingenió para escribir treinta y seis piezas maestras del relato breve.

La prosa es sobria, clara y ágil. “El banquero dio en el cigarro, para desprender la ceniza, un golpecito con el meñique cargado de oro y rubíes”, es, por ejemplo, la primera frase de La gran cuestión. Y El maestro, un relato en el que Barret –como si hubiera visionado los conflictos didácticos de nuestro siglo XXI- da cuenta del maltrato y las burlas que sufre un docente por parte de sus alumnos tiene este literariamente envidiable comienzo: “Por treinta pesos mensuales el señor cuadrado, a las cinco de la mañana incorporaba sobre el sucio lecho sus sesenta años de miseria y empezaba a sufrir”.

La temática de los Cuentos breves es surtida, pero siempre atrapante. Algún relato cuenta de la loquita de un pueblo que se enamora de un doctor recién llegado. Otro, de un amante que para ocultarse a los ojos del marido se sumerge en un estanque lleno de víboras. La muñeca, por su parte, nos trae a una princesita en busca de una nena pobre a quien regalarle una muñeca (y cualquier asociación con aquel slogan infame que rezaba “por los chicos ricos que tienen tristeza”, no es pura coincidencia...).

La bajada política de Barret es sagaz y llama a la polémica: “Eres despreciable y perverso. ¿Honrado tú, que has tenido en la mano la salud de tu mujer, la alegría de tus niños y has venido a entregármelas?”, increpa un ricachón a un infeliz que le demanda una propina por haberle devuelto la billetera en La cartera; mientras que en La madre sabemos de una pobre mujer que “en vez de dar el seno a su hijo, le dio las manos, sus secas manos de obrera; agarró el cuello frágil y apretó. Apretó generosamente, amorosamente, implacablemente. Apretó hasta el fin.”

Pero quizá lo más sorprendente en Barret sea la sensibilidad que alcanza a la hora de dar cuenta del mundo doméstico (“nuestro primogénito jugaba a nuestros pies, incapaz de enderezarse sobre los suyos, carnecita redonda, sonrosada y tierna, pedazo de tu carne”, “nuestra mesa no ostentaba vajilla de plata ni cristales tallados, pero las risas volaban libremente en la claridad del sol de enero”.) Y la belleza de su erotismo, tópico que visita en varios relatos (“la dulzura de tu piel languideció mi sangre” en ¿Recuerdas? o“cesaron de ignorarse y se movieron en busca de otra, por entre las batistas agitadas, arrastrándose hacia el deseo, profecía venida de lo alto” en Las manos).

Resta decir que en Cuentos breves el humor fluye constantemente. No sólo en el primer relato, que nos trae a una mujer muerta a la que le crece el bigote durante el velatorio. La lectura despertará una sonrisa cómplice en los lugares más inesperados, quizá en consonancia con una reflexión que Barret expresa en uno de los textos: “Es preciso reír, hasta la muerte y hasta de la muerte”.

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