Durante la charla, Arturo Carrera se mostró dispuesto a nombrar a diferentes poetas, tanto en honor a las influencias como para las obligadas citas. Casi como una pregunta obligada del ciclo de los jueves, al responder sobre las primeras lecturas, citó a Oliverio Girondo y Juan L. Ortiz. Quizás se pueda pensar como una síntesis de la poesía argentina. Uno, Girondo, porteño, excéntrico y en el centro de de las discusiones literarias de su época. El otro, Juanele, entrerriano y de una producción silenciosa, casi inadvertida en su momento.
Arturo Carrera parece situarse en el medio de esos caminos. Oriundo de Coronel Pringles, donde nació en 1948, pero viviendo en Buenos Aires desde mediados de la década del sesenta. Uno de los poetas más conocidos y que escribió la mayor parte de su obra durante los veranos, de regreso a Pringles. “El resto del año, junto ideas, recortó oraciones”, agregó.
En parte por las preguntas del público, en parte por las ganas de contar sus primeros pasos como poeta, Carrera se dedicó a reconstruir los días en su pueblo natal. Las primeras lecturas fueron en la biblioteca de Pringles, donde concurría con el escritor César Aira, un año menor que él. Allí nació la amistad con el novelista, que continúa hasta el presente. Tanto es así que han acordado un pacto: “ni él publicará un libro de poemas ni yo un libro de narrativa”, comentó, luego de confesar que conservaba una novela inédita y que nunca dejará de serla, sólo por respetar la palabra empeñada.
Cuando llegó a Buenos Aires, al tiempo conoció a Alejandra Pizarnik. “La visité en su departamento de la calle Montes de Oca. Le llevé un paquete de cigarrillos Gitane y un tortuguita en miniatura- recordó Carrera- Cuando vio el regalo, me dijo, ofendida, ‘así que pensás que soy una tortuga’”. En esos primeros años en Buenos Aires, también conoció a Oliverio Girondo y a Olga Orozco, quien por ese tiempo redactaba el horóscopo en el diario Clarín. “Me decía, yo tengo que llamarme Olga Horóscopo”, rememoró.
En 1973 llegó su primera publicación, Escrito con un nictógrafo, en un hecho que también involucró a Aira: “Yo me presenté a un concurso de poesía y gané, al mismo tiempo que Aira se presentó a un concurso de narrativa y también ganó”.
La obra de Arturo Carrera es elogiada tanto por Ricardo Piglia, Fogwill como por el mismo Aira. Y es uno de los pocos poetas que no deben pagar sus publicaciones. “Eso algún día debería cambiar, deberían aparecer buenas editoriales de poesía que se animen”, reclamó, sin demasiadas esperanzas que la situación cambie. Sin embargo, elogió a los nuevos poetas, destacando a Martín Rodríguez y su libro Paniagua.
Antes de terminar el encuentro, leyó un poema de su último libro, Las cuatro estaciones, y uno del polaco Rozeiwcz, un poeta que luego de Auschwitz se volcó a una poesía sencilla, sin ambiciones estilistas, a escribir versos que se entiendan.
La visita de Arturo Carrera cerró los encuentros del mes de septiembre, de donde participaron Fogwill y Martín Kohan. En octubre, el ciclo organizado por el Grupo Editor Mil Botellas, estará dedicado a la presentación de libros.
Ramón D. Tarruella
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