Las editoriales independientes tienen un problema nuevo: el gobierno de la Ciudad suspendió el subsidio que les otorgaba. La medida pone en riesgo la reedición de clásicos y, sobre todo, el surgimiento de nuevos valores.
"Editar literatura hoy, si no estás en un grupo multimedia, es casi imposible porque vas a hacia una pérdida total”, dice Héctor Dinsmann, sin que la certeza llegue a volverse quietud. La editorial que coordina, Libros de la Araucaria, es una de las treinta que integran Edinar, una entidad cuya sigla es clara en su concepción: Editores Independientes de la Argentina por la Diversidad Bibliográfica, uno de los espacios desde los que las editoriales medianas y pequeñas dan hoy pelea, frente a una industria del libro cada vez más hostil, expulsiva y concentrada, para subsistir más allá de las multinacionales del libro y poder promover otros autores (y criterios de lectura). Si bien la categoría de independientes es tal vez algo inexacta para englobarlas y debería distinguirse entre las pequeñas, las alternativas, las de pulso militante e incluso las que –sin culpas– se piensan a secas como pymes, las contrariedades en el sistema editorial argentino las liga en un desafío común, y, a la vez, distintivo: lograr nuevas posibilidades de edición, difusión y promoción, con la diversidad bibliográfica como objetivo indelegable.
"Editar literatura hoy, si no estás en un grupo multimedia, es casi imposible porque vas a hacia una pérdida total”, dice Héctor Dinsmann, sin que la certeza llegue a volverse quietud. La editorial que coordina, Libros de la Araucaria, es una de las treinta que integran Edinar, una entidad cuya sigla es clara en su concepción: Editores Independientes de la Argentina por la Diversidad Bibliográfica, uno de los espacios desde los que las editoriales medianas y pequeñas dan hoy pelea, frente a una industria del libro cada vez más hostil, expulsiva y concentrada, para subsistir más allá de las multinacionales del libro y poder promover otros autores (y criterios de lectura). Si bien la categoría de independientes es tal vez algo inexacta para englobarlas y debería distinguirse entre las pequeñas, las alternativas, las de pulso militante e incluso las que –sin culpas– se piensan a secas como pymes, las contrariedades en el sistema editorial argentino las liga en un desafío común, y, a la vez, distintivo: lograr nuevas posibilidades de edición, difusión y promoción, con la diversidad bibliográfica como objetivo indelegable.
“Hay que construir nuevos espacios; la concentración de medios se da también en lo cultural”, observa Ramón Tarruella, escritor y uno de los coordinadores del Grupo Editor Mil Botellas, de La Plata, que reeditó en 2008 los cuentos del español Rafael Barrett. “Hoy, las grandes editoriales tienen propuestas similares o muy poco lugar para autores nuevos. Las independientes podemos generar otras ideas para ir más allá del rezongo. Este año pensamos editar a tres autores nacionales, pero todo depende del capital que tengamos”, dice Tarruella, con la idea de que reeditar a un escritor olvidado lo vuelve nuevo para otros lectores. Y no sólo es un riesgo editorial sino una apuesta al futuro, sabe Ana Ojeda, de la editorial El 8vo. Loco, nacida en 2005, que entre varios proyectos avanza en la reedición de la obra de Nicolás Olivari. “Como dice nuestro manifesto: publicar lo que uno quiere implica hallar un espacio propio. Para mí es una ofrenda difundir autores relegados sin que te importe del todo la tirada”, dice Ojeda. De la misma forma, editoriales autogestivas como Madreselva, Entropía o Ediciones del Subsuelo –que irrumpió a fines de 2008 con la reedición de Mayo del 69, de Juan José Manauta, y un libro de poemas de José Campus– buscan trasponer la lógica hegemónica de las grandes cadenas –en las que los ánimos financieros fijan y hasta crean contenidos–, siempre varios puntos arriba en las marquesinas. Si a través de las campañas de marketing las corporaciones instalan –de un día a otro– escritores de calidad dispar, otros autores siguen apostando por las más pequeñas, donde la oferta no obedece sólo a criterios rentables y, por definición, el vínculo es más personalizado.
EL FIN DE UNA ERA
Pero para los editores, la marcha hacia la diversidad bibliográfica hoy tambalea: el gobierno de la ciudad de Buenos Aires interrumpió en 2008 el programa de subsidios a las editoriales que se fijaba –hace algunos años– a través de su área de industrias culturales, hoy llamada Dirección General de Industrias Creativas. “Ese programa funcionaba muy bien: fijaba muchos requisitos técnicos a los editores pequeños, y una vez cumplidos había que pasar por un jurado de notables”, dice Guido Indij, de La Marca Editora. La decisión del gobierno macrista suscitó un comunicado de rechazo que Edinar difundió el 21 de diciembre último. Que dice: “Con un aporte económico estatal muy moderado (se cubría del 50 al 70 por ciento de los proyectos con un tope de 30.000 pesos por proyecto), se lograron excelentes resultados” ya que “estimularon apuestas con mayor riesgo creativo e intelectual que las que cuentan con la garantía de la comercialización regular”.
Lejos de la “odiosa privatización” que implicarían los supuestos “regalos a algunos elegidos”, tal el argumento adverso a Edinar que, el 10 de enero, plasmó Trini Vergara –directora de Vergara & Riba– en Revista Ñ, los editores reclaman el retorno de subsidios ya asignados: “Con ellos se abrieron nuevos mercados, se editaron autores diversos y se pudieron comprar derechos de obras extranjeras; también se logró promoción en ferias internacionales. A las editoriales un subsidio no nos resta independencia: es un fomento cada dos años”, despeja Constanza Brunet, de Marea editorial. El contexto no ayuda: aunque estratégica, la edición de libros es hoy casi insostenible, ya que el precio del papel (sin regulación estatal) es cada vez más alto. “Las editoriales pequeñas no pueden subsistir con las ventas al por menor”, dice Ana Ojeda: “Nosotros adherimos a la circular de Edinar. El recorte, como política cultural, es nefasto”. El gobierno de la ciudad, en tanto, habló de subsidios a la traducción de autores rumbo a la Feria de Frankfurt 2010, pero aún no ha dado respuestas formales a los editores. Enrique Avogadro, director de Industrias Creativas, contemporiza: “En períodos de crisis nos interesa que las editoriales sean sustentables. Estas ante todo son empresas y el Estado debe capacitarlas para que puedan gestionar como tales”. Y advierte: “Tenemos que ser cuidadosos con los subsidios que se otorgan porque no son fondos nuestros, sino de los ciudadanos. La discusión con Edinar se salió de cauce y el sector se enardeció un poco desde un punto de vista lírico. Nos interesa la diversidad cultural, pero no hay valores absolutos”. El PRO, a través del área de Cultura estudiaría lanzar subsidios “de características similares” a los previos, pero “no son la única herramienta –dice Avogadro–: hay otras tanto o más interesantes para promover a la industria editorial en el exterior”. Algo es cierto: así como en la Cámara Argentina del Libro las editoriales independientes siguen pidiendo que exista una intervención sobre el costo del papel, “los subsidios hacen falta porque la regulación pura del mercado no permite la existencia de otros proyectos”, dice Miguel Balaguer, de la editorial Bajo la Luna. Si en la actualidad, y como resabios creativos –y sin desaliento– de diciembre de 2001, las editoriales emergentes abrieron la posibilidad a otros discursos lejos de las razones –y estrategias– monopólicas de las megaeditoriales, editar por fuera de las cadenas seguirá siendo “una quijotada a la que hay que apoyar en todas sus variantes”, dice Dinsmann. En busca de la diversidad bibliográfica, afuera, ¿se consigue?
Patricio Féminis
Patricio Féminis
Caras y Caretas, del mes de marzo de 2009
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