martes, 11 de octubre de 2011

El escritor y su lengua


Hablé por los dos”, dijo el escritor Federico Jeanmaire, el pasado jueves, al finalizar la charla organizada por la Editorial Mil Botellas en el Centro Cultural Islas Malvinas. El comentario hacía alusión al imprevisto que impidió la presencia con Luis Chitarroni, ausente con aviso a pocas horas del inicio de la tertulia.
Al ser consultado sobre sus comienzos en la literatura, el autor de Más liviano que el aire, novela que ganó el premio Clarín 2009, mencionó a su padre: “un hombre que no hablaba, se la pasaba leyendo como no vi a nadie en mi vida; aprendí a leer y a escribir a los cuatro años y le pasaba papelitos por debajo de los libros para lograr que jugara conmigo. Escribir era una forma de conquistarlo”.
Con el tiempo descubrió que la idealización por su padre, que lo acercó a la escritura, era excesiva. “Hice un inventario de la enorme biblioteca y sólo rescaté dos libros que me interesaron”. Su tía, profesora de letras, lo fue guiando en las lecturas. Sin embargo, era una crítica dura y no dudó en decirle a su sobrino, tras leer su primer cuento, que dejara la ficción a los que saben.
Lejos de aceptar el consejo, siguió escribiendo y pudo “descubrir las posibilidades de la novela, ese espacio de libertad, de creación, de felicidad”. Federico Jeanmaire habló de la novela como un lugar lúdico, en donde a partir de una idea se puede escribir sin saber a donde ir, descubriendo la historia y los personajes a medida que se avanza.
“Uno es escritor por la relación que establece con la lengua, ese mundo desconocido”. En este sentido, afirmó que la tarea de quienes hacen literatura no es contar una historia, sino “desentrañar la lengua”, o por lo menos intentarlo. De ahí su interés por autores de lengua vernácula, valorando, entre otros, el aporte de Cervantes, Quevedo, Sarmiento, Di Benedetto, Cortázar y Marechal, ya que “uno escribe con su lengua y con lo que han hecho otros con esa lengua”.
De esta genealogía personal, Sarmiento mereció un párrafo aparte, por “ser el primero en encontrar la respiración del habla argentino”. Consideró que el aporte del autor de Facundo, más allá de los libros publicados, estuvo en la escritura misma, a la que calificó como la mejor de su siglo dentro de la literatura nacional. Y citó, a modo de elogio, el ambiguo comentario que le dedicara, en 1910, Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina: “No sé si ponerlo dentro de los escritores argentinos: sus textos no parecen escritos, parecen hablados”.
La pregunta acerca de lo “argentino”, es una constante en la obra de Jeanmaire y ya en Un profundo vacío en el pie izquierdo (1984), su primera novela, eligió como escenario la guerra de Malvinas, a poco tiempo de ocurrido el conflicto. En el resto de sus obras, lo argentino aparecerá siempre, ya sea en las temáticas abordadas o en la textura y la construcción de los textos.
Por último, reflexionando sobre el oficio de escritor, dijo: “uno aprende más de los libros malos que de aquellos que le gustaron”. Las grandes obras se disfrutan, pero muchas veces no se consigue aprehender los mecanismos que las constituyen como tales. Caso contrario de los malos libros, según Jeanmaire, en donde el escritor puede discernir los elementos que no deberá utilizar en su propia obra.
La semana próxima, el ciclo continuará con el encuentro entre los escritores Jorge Consiglio y Gustavo Ferreyra. Como siempre, el encuentro será el jueves a las 19:30 hs. en el Centro Cultural Islas Malvinas.

Emmanuel Burgueño
FOTO: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada en el diario Diagonales el domingo 9 de octubre de 2011.

No hay comentarios: