sábado, 19 de marzo de 2011

Martín Malharro, autor de Calibre. 45 (Mil Botellas,2010)
"El tipo era un anticuario que apareció muerto en su local de San Telmo. Su cadáver, con un balazo calibre.45 en el pecho, yacía junto a una pequeña caja fuerte que había quedado abierta. Nadie escuchó el disparo. Pero un testigo vio salir de ahí a dos sujetos. Resultaba claro que fue un asalto con epílogo fatal. Y aún no había sido esclarecido".

El anticuario se llamaba Fisbein y su local estaba a pocas cuadras de aquí, de Brasil y Defensa. Ricardo Ragendorfer, periodista y autor de esas líneas, procurará dar una mano a Mariani, un tipo que intenta hallar, mediante sus modos de nula ortodoxia, con aquello que Fisbein guardaba en la caja fuerte.

En el atardecer del Parque Lezama, mientras espero la hora indicada, recorro con la mirada el escenario de La balada del Brtiánico, la trilogía de novelas negras escrita por Martín Malharro. El Bar Británico, epicentro de la saga, permanece cerrado por vacaciones, por lo que la entrevista se ha corrido a la vereda de enfrente, al Hipopótamo.

“Yo conozco esto, este es mi barrio –me remarca Malharro-, el bar mío es el Británico, los personajes andan por acá, te los puedo mostrar porque rondan por acá continuamente. O sea, es mi realidad”. Malharro, escritor, periodista, docente de la UNLP, escribió las tres novelas policiales negras que componen La balada del Británico sentado en las mesas del bar que está enfrente. Escribe allí, dice, porque le resulta mucho más fácil que imaginar un escenario ajeno, una serie seres inexistentes. “Como te muestro a Rosita –la señora que está sentada en la mesa contigua, que ilustra la tapa de la primera entrega de la saga, Banco de niebla, y que se erige como personaje de la tercera, aún inédita-, puedo mostrarte a cualquiera de los personajes, yo convivo con ellos. Yo no soy un tipo imaginativo”.

Lo negro está en el Bajo

La balada del Británico es una trilogía de novelas negras, de la cual se acaba de editar la segunda entrega, Calibre.45. La segunda es la historia de una estafa, de un saqueo miserable. Y para Malharro, una forma de denunciar el latrocinio del patrimonio cultural e histórico de los argentinos. “Hay una cosa fundamental que hace que Calibre.45 se pueda incluir temerosamente dentro del género de la novela negra que es la denuncia –explica el autor-. Todo texto negro lleva, por sí, una denuncia. En el fondo de la trama, toda novela negra es una gran novela de denuncia”.

El género negro, acunado en Estados Unidos a principios del siglo pasado en revistas como Black Mask, conquistó a Malharro en su adolescencia, cuando conoció la obra de Raymond Chandler. “Me enseñó a escribir”, asegura. “Si algún truco de la escritura conozco –dice con modestia-, lo aprendí con Chandler. Es más, este verano, me llevé a la playa las siete novelas de Chandler. Me las sé de memoria, pero vuelvo a releerlas porque son los maestros”.

Calibre.45 cuenta con el inventario básico de la novela negra: el delito, la ausencia de una justicia oficial, una suerte de justicia impartida por los bordes de la legalidad, la marginalidad. Todo suena muy familiar. “Terrenos marginales hay en todos lados –concluye Malharro-, pero donde están códigos y marginalidad es lo más importante. Entonces, eso elabora un sistema paralelo de justicia, de convivencia, etcétera. No robes en tu barrio, no violes una mina de tu barrio, no hagas macanas en tu barrio, andá a afanar afuera de tu barrio. Esos son códigos. Y esta suerte de funcionamiento paralelo exige una suerte de justicia paralela, exige una forma de convivencia, con códigos. De ahí el código del buchón, de ahí el personaje de Demarchi, que es un álter ego de esos viejos códigos de amistad que al menos yo mantengo: Demarchi da la vida por Mariani y Mariani da la vida por Demarchi. Y cuando uno los mira, ve que son dos lúmpenes. Y San Telmo tiene mucho de eso; en este bar, en este barrio hay mucho de eso”.

Mariani es un buscador, un antihéroe sin rumbo que choca con casos que superan su imaginación y capacidad. Recurre, entonces, a sus códigos, a sus instintos y al consejo de un mecánico, su mejor amigo.

Es difícil imaginarse las andanzas de Mariani sin pensar en el barrio, en este contexto, sugiero. “San Telmo ha sido un barrio de cuchilleros –me recuerda Malharro-, un barrio denso. Fijate que hoy, escribir una novela negra sobre Palermo es imposible. Es un barrio blandito, fofó. Sin embargo, cuando lo leés a Borges, habla del Palermo de los cuchilleros. Y este barrio, esta parte de San Telmo, aún conserva parte de los viejos códigos. Después tenés el otro San Telmo, más allá, donde está la feria, los gringos. Esto no, esto es más familiar, nos conocemos todos. Es un escenario al que yo pertenezco, lo conozco a él y sus personajes, entonces es muy fácil narrar desde acá. Ahora, ubicar a esta novela o a Mariani en Barrio Norte sería imposible, yo no lo podría hacer”.

La faz ennegrecida que devuelve el espejo

Además de los códigos, la marginalidad, el barrio, lo bajo, está lo que define a la novela negra: la denuncia. Hay, en la novela, un efectivo policial “que toma granadina e inclusive parece bueno” pero que personifica a la misma policía que no ha hecho nada respecto al saqueo del patrimonio cultural e histórico argentino. Ahí está la denuncia. “Este es un país donde roban a los muertos, les roban las manos a los muertos, se roban los cadáveres, a Manuel Belgrano le robaron las muelas –me recuerda Malharro-. Y más allá de lo que todo ello pueda significar, podemos decir que en este país hay una suerte de hijodeputismo. Si le roban a los muertos, ¿cómo no se van a robar relojes de próceres, cartas de héroes nacionales?”.

¿Y por qué no hay más novelas negras argentinas?

“Yo siempre me lo he preguntado. Yo no voy a entrar en una discusión con los intelectuales, no me interesa, pero cuando terminó la gran guerra, (Theodor) Adorno o alguno de esos dijo ‘Después de Auswichtz no se puede hacer poesía’. Y los intelectuales del tercer mundo, que siempre van a la cola de estas frases grandilocuentes, dijeron ‘Después del Olimpo (NdeR: por el centro de detención de la última dictadura militar) no se puede escribir novela’. Es un disparate. ¡Todo lo contrario, es cuando más tenemos que escribir! Vale decir: tenemos una herramienta, tenemos un vehículo maravilloso que es la novela. A mí lo que me llama la atención es la ausencia de novelas sobre la tragedia argentina. Hay muy poco escrito sobre lo que nos pasó. Sin embargo escribimos sobre Inglaterra, sobre personajes extranjeros. Entonces, yo también estoy de acuerdo con aquellos que dicen ‘cómo no hay más novela negra argentina con la historia negra que tenemos’. Será que no nos queremos mirar al espejo”.

En las fronteras de la realidad

Como Ragendorfer en el prólogo de la novela, comienzo a confundir realidad con ficción. Veo, a cada rato, a Mariani entrando al bar y sentándose frente a mí, a un lado de mi entrevistado. “Mi personaje, Mariani, es un viejo amigo de la infancia –confiesa Malharro-. Y el nombre sale de ahí”. Mariani, el buscador de mujeres infieles y jóvenes enamoradizos que tropieza con asesinatos y tráficos millonarios, fuma los mismos cigarrillos que el autor. Y como él, es un fundamentalista del bandoneón de Aníbal Troilo. “Esta novela también tiene una suerte de reconocimiento, de agradecimiento. Hay una serie de guiños a mis amigos, de juegos, que incluye a los personajes también. Inclusive en la música: en un momento Demarchi le dice a Mariani ‘yo conozco un tipo que escucha a los Chalchaleros’ y Mariani contesta ‘andá mentiroso, esa no te la cree nadie’, porque los detesto. Hay una gran reivindicación del tango; en la tercera hay una fuerte reivindicación muy fuerte de Troilo, que es la música que a mí me gusta”.

¿Hay algún criterio que hile la trilogía de La balada del Británico?

“Sí, hay una serie de elementos. Lo que las separa son las historias, que son tres historias totalmente independientes. O sea, se puede leer la segunda sin haber leído la primera. Pero hay una serie de elementos conductores que, digamos, unifican. Es, más o menos, como hace Chandler con Marlowe, como en algunas novelas ha hecho Manuel Vázquez Montalván. Es decir, lo que tenemos es una ubicación física del personaje que se llama el escenario. Lo que vos modificás son las tramas, pero el vecindario y los personajes son los mismos. Y en el caso de la trilogía el elemento unificador indudablemente es el personaje. Como en toda novela, lo más importante es el personaje, no la trama. La trama es lo más importante en el cuento, no en la novela. En la novela, lo importante es encontrar al personaje”.

Malharro sugiere que sus novelas pueden ser consideradas históricas. La primera, Banco de niebla, iría de del ’73 al ’75, campo de acción de la Triple A adonde Mariani debe retrotraerse. La segunda, Calibre.45, trata sobre la democracia pero con el tema de robos, hurtos, negociaciones que ha habido respecto al patrimonio nacional. Y la tercera y última cae de lleno en el período ’76-’79 en Campo de Mayo. “Es una investigación sobre los torturadores –anticipa el autor-, sobre la tortura y sobre un tema sobre el que la novela apenas tira la pregunta: ¿por qué no hubo venganza? Hay una discusión, en la que un abogado le dice a Mariani que toda justicia es una suerte de venganza. Luego, Mariani la invierte y dice que toda venganza es una suerte de justicia”. Se llama San Telmo a quemarropa y sus originales ya están listos.

Ya no queda café en los pocillos. Malharro se presta a las fotos, con la sola condición de que pose junto a él Rosita, quien me recuerda que ella es parte de esta historia. Con delicada caligrafía, anota su nombre en mi agenda: “Rosita Lionetti. Farmacéutica y bioquímica”. ¿Habré ingresado yo también en la historia?

Luciano Lahiteau
Foto: Ana Clara Bormida

Nota publicada en la Revista Aquí La Plata del mes de marzo de 2011.

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