El pasado jueves Ricardo Piglia inauguró el cuarto año de charlas literarias en el Centro Cultural Islas Malvinas. Nada más auspicioso que un auditorio colmado de oyentes con la sola excusa de conversar sobre literatura. Y más aún, con la presencia de un escritor de la estatura de Piglia que a la hora de hablar del tema, resulta de lo más generoso.
“Tengo un recuerdo muy afectuoso y nostálgico de la ciudad de La Plata, además, a uno le gustan mucho los lugares donde fue joven”, comentó el autor de la novela Plata quemada (1997) siendo que, entre pensiones y almuerzos en el comedor universitario, se arrimó a la ciudad desde Adrogué (provincia de Buenos Aires) decidido a estudiar Historia en la UNLP.
Por la mesa rondaron nombres de trayectoria como el de David Viñas, baluarte de toda una generación de escritores e intelectuales del país. También encuentros y anécdotas, como las que Piglia cruzó de muy joven con Jorge Luis Borges. O con Julio Cortázar, en un viaje en ascensor hasta el piso número 17, sin saber bien qué decir y ante la extraordinaria pregunta de él, “¿Qué tal si me das tu libro de cuentos para leer?”. En referencia a su primer obra de cuentos, La invasión (1967).
De Borges, trajo a la mesa su gran admiración: “era un escritor en constante actividad: iba a charlas, enseñaba sin paternalismos, escribía todo el tiempo en revistas”. Asimismo, expresó la posición conflictiva que lo llevaba a tomar, respecto a las primeras producciones de Borges por un lado y a sus posicionamientos políticos, por otro. Entre las anécdotas, contó una muy graciosa de cuando fue a su casa a invitarlo especialmente a un ciclo de conferencias que organizaba la universidad de La Plata. “Supongamos que en ese momento eran mil pesos y se los ofrecíamos para que venga a La Plata. No, me dijo, es mucho. Entonces le sugiero que la acepte, que igual era plata que disponía la universidad. No, le voy a cobrar quinientos”, reprodujo Piglia y remató con la frase que más tarde Borges agregó al estrecharle la mano en señal de despedida, “he conseguido una considerable rebaja, ¿no?”. “Siempre pensé que Borges había cedido los quinientos pesos para que yo contara esta historia infinitamente. Borges, era capaz de hacer eso”, concluyó Piglia, entre las risas del público.
Surgieron también más nombres de la tradición literaria argentina, como el de Abelardo Castillo, Miguel Briante, Liliana Heker, Juan José Saer y Jorge Di Paola, con los cuales compartió “un espacio propio”. “Estábamos empezando algo diferente” y continuó, “manteníamos una relación distante en relación a las instituciones literarias del momento, incluso, casi no leíamos los suplementos literarios, tampoco adulábamos la figura tradicional del escritor”, explicó sobre ese universo que en los años sesenta y setenta se poblaba de editoriales chicas, y de la urgencia de leerse a través de revistas, desde donde se posicionaban, por ejemplo, a favor de figuras de referencia como la de Roberto Arlt.
Otro dato que salió como punto en común de esa generación, fue la experiencia de escribir y publicar cuentos. “Los cuentos que se estaban escribiendo acá, desde los años cuarenta o cincuenta, no tenían parangón. Salvo, quizás, lo que se escribían en Estados Unidos”. Aunque, al pensar en escritores como William Faulkner o Scott Fitzgerald reflexionó de inmediato, “lo curioso es que, en Estados Unidos, el cuento tuvo una gran tradición porque de eso vivían los escritores. Los cuentos se pagaban muy bien. Y la diferencia es que acá lo hacíamos no por demanda, sino porque nos gustaba la cosa”.
A todos ellos, los escritores argentinos, junto al uruguayo Juan Carlos Onetti, los definió como “escritores vacilantes, narradores inciertos, que aspiran y aspiraron a la verdad” a diferencia de otros latinoamericanos, como Gabriel García Márquez, que para Piglia “siempre escribieron desde la certeza excesiva”.
Sobre la producción narrativa contemporánea, optó por la obra de escritores como Sergio Bizzio, Alan Pauls, Pola Oloixarac y Luis Chitarroni. A la vez que reconoció cierta renovación en otro grupo, más atento a temas como el conurbano y lo mundos bajos, muchas veces estereotipados. De allí, rescató entre otros a Germán Maggiori, Marcos Herrera y Fabián Casas. Y reflexionó, “me preocupa, sí, que la mayoría de los libros estén sucediendo en el extranjero, o esa fascinación por el mundo de los nazis que últimamente apareció en cantidad de novelas. Me preocupa que respondan a demandas que no son internas a la tradición literaria misma”.
Por último, a la ineludible pregunta que llegó desde el público sobre Vargas Llosa, respondió “fue un gran novelista”. La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral(1969) fueron las novelas que Ricardo Piglia mencionó como buenas. Luego habló de su conversión ideológica y estética. Y aludiendo a una de las últimas conferencias que Vargas Llosa dio en Princeton comentó, “tampoco acuerdo con su visión reaccionaria de que vivimos en la barbarie de la civilización, ni siquiera Sarmiento sería capaz de decir eso. Echaba la culpa a Michel Foucault por haber empezado a pensar en los marginales, los locos, los delincuentes”, y agregó que “no me parece un buen modelo a seguir”.
En relación a la cuestión de la apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires, el próximo mes, Piglia declaró que le hubiese gustado que la inauguración estuviese en manos de poetas con mucho mayor criterio, como Arturo Carrera. “Uno tiene nostalgia por los grandes intelectuales de derecha. Actualmente ya no hay más. Al menos fundamentaban con solidez y formación sus posiciones antipáticas, al decir, por ejemplo: nos gusta España y somos católicos”.
En este mes, que lleva el nombre de “El revés de la trama”, los encuentros organizados por la editorial Mil Botellas continuarán con invitados/as de trayectoria. El próximo jueves 10, se espera la presencia de la escritora Alicia Steimberg, como siempre a las 19.30hs.
Sofía Silva
FOTO: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada en el diario Diagonales, el domingo 6 de marzo de 2011.
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