Con el auditorio del Centro Cultural Islas Malvinas colmado, Ana María Shua habló de literatura en general y su trayectoria en particular, el último jueves, en la tercera charla del ciclo “El revés de la trama” que organiza la editorial Mil Botellas.
Comenzó su carrera muy joven, a los dieciséis años, luego de publicar su primer libro de poemas gracias a un subsidio del Fondo Nacional de las Artes, “un préstamo”, corrigió la autora, provocando las risas del público. No obstante, nunca pudo adaptarse al submundo de la poesía y decidió orientar sus esfuerzos hacia la narrativa.
“Yo quería escribir un gran cuento”, dijo Shua, sobre sus inicios, cuando soñaba que su primer escrito estuviera al nivel del escritor ruso Anton Chéjov. “Yo era una gran lectora y al segundo párrafo me daba cuenta de que la cosa no servía y abandonaba”. Por esos años, siendo estudiante de Letras consiguió trabajo en Nocturno, una revista femenina. Allí empezó a escribir cuentos románticos, adquiriendo, de ese modo, la soltura y los rudimentos necesarios sobre el arte de contar historias.
Gracias a un premio de la editorial Losada, en el año 1980 pudo publicar Soy paciente, su primera novela. “En realidad es un cuento alargado”, confesó la autora, y según ella, recién pudo alcanzar el dominio de la estructura de la novela en La muerte como efecto secundario (1997). “Escribir novelas es una tarea bastante penosa”, expresó, afirmando que sus comienzos en el género se debieron a los rechazos de sus cuentos por parte de las editoriales, por cuestiones de mercado.
“Disfruto del tallado, el pulido de un microrrelato”, dijo, refiriéndose a este híbrido de la literatura que el escritor guatemalteco Augusto Monterroso calificó de “de(s)generado”, en el sentido del incordio que significa diferenciarlo de la poesía, el chiste, el cuento o el aforismo. Al respecto, Ana María Shua manifestó la importancia de que la crítica empiece a estudiar al microrrelato como un género aparte, con características propias. “Hasta 25 líneas, con cierto núcleo narrativo, no tiene que ser necesariamente un cuento”, aunque, aclaró, “para los escritores y los lectores esos requisitos no cuentan”. Y para cerrar la discusión sobre fronteras literarias afirmó: “Si parece un chiste, es chiste; si parece un aforismo, es aforismo, y si no se sabe bien qué es, probablemente se trate de un microrrelato”.
La publicación de su primera novela le permitió editar Los días de pesca (1981) y La sueñera (1984), libros de cuentos y microrrelatos respectivamente, que había escrito con anterioridad. Con una tendencia natural a la síntesis narrativa, le costó mucho extenderse, en una búsqueda constante de la originalidad y no terminar “autoplagiándose”.
Respecto a la eterna antinomia sobre literatura y mercado, opinó: “El mercado es lo que la gente tiene ganas de leer”, resaltando, a su vez, que lo mejor de la literatura argentina se da en las editoriales independientes: “hay lugar para la experimentación, para lo nuevo”.
“Yo creo que la década del sesenta se termina en el 76”, se lamentó Shua, recordando el auge que las editoriales y los escritores argentinos hasta el último golpe militar. La literatura retrocedió, hubo censura, exilios, desaparecidos. “Se perdió, además, la relación entre los escritores y su público”, acotó.
Por último, señaló que La sueñera es la obra por la que siente más afecto, “porque fue la primera, no tenía que luchar contra ninguna obra anterior, había una espontaneidad y una importancia puesta sólo en el texto y no en la publicación”. Y agregó que “el escritor no está seguro nunca, las dudas no se van, y uno depende siempre de la opinión: de la aprobación del lector”.
Tras una hora y media de charla, el público despidió de pie a la autora. El ciclo continúa el jueves 31 con la visita de Marcelo Cohen, reconocido por sus pares como uno de los novelistas más interesantes de la actualidad.
Emmanuel Burgueño
Foto: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada el martes 22 de marzo de 2011 en el diario Diagonales.
Comenzó su carrera muy joven, a los dieciséis años, luego de publicar su primer libro de poemas gracias a un subsidio del Fondo Nacional de las Artes, “un préstamo”, corrigió la autora, provocando las risas del público. No obstante, nunca pudo adaptarse al submundo de la poesía y decidió orientar sus esfuerzos hacia la narrativa.
“Yo quería escribir un gran cuento”, dijo Shua, sobre sus inicios, cuando soñaba que su primer escrito estuviera al nivel del escritor ruso Anton Chéjov. “Yo era una gran lectora y al segundo párrafo me daba cuenta de que la cosa no servía y abandonaba”. Por esos años, siendo estudiante de Letras consiguió trabajo en Nocturno, una revista femenina. Allí empezó a escribir cuentos románticos, adquiriendo, de ese modo, la soltura y los rudimentos necesarios sobre el arte de contar historias.
Gracias a un premio de la editorial Losada, en el año 1980 pudo publicar Soy paciente, su primera novela. “En realidad es un cuento alargado”, confesó la autora, y según ella, recién pudo alcanzar el dominio de la estructura de la novela en La muerte como efecto secundario (1997). “Escribir novelas es una tarea bastante penosa”, expresó, afirmando que sus comienzos en el género se debieron a los rechazos de sus cuentos por parte de las editoriales, por cuestiones de mercado.
“Disfruto del tallado, el pulido de un microrrelato”, dijo, refiriéndose a este híbrido de la literatura que el escritor guatemalteco Augusto Monterroso calificó de “de(s)generado”, en el sentido del incordio que significa diferenciarlo de la poesía, el chiste, el cuento o el aforismo. Al respecto, Ana María Shua manifestó la importancia de que la crítica empiece a estudiar al microrrelato como un género aparte, con características propias. “Hasta 25 líneas, con cierto núcleo narrativo, no tiene que ser necesariamente un cuento”, aunque, aclaró, “para los escritores y los lectores esos requisitos no cuentan”. Y para cerrar la discusión sobre fronteras literarias afirmó: “Si parece un chiste, es chiste; si parece un aforismo, es aforismo, y si no se sabe bien qué es, probablemente se trate de un microrrelato”.
La publicación de su primera novela le permitió editar Los días de pesca (1981) y La sueñera (1984), libros de cuentos y microrrelatos respectivamente, que había escrito con anterioridad. Con una tendencia natural a la síntesis narrativa, le costó mucho extenderse, en una búsqueda constante de la originalidad y no terminar “autoplagiándose”.
Respecto a la eterna antinomia sobre literatura y mercado, opinó: “El mercado es lo que la gente tiene ganas de leer”, resaltando, a su vez, que lo mejor de la literatura argentina se da en las editoriales independientes: “hay lugar para la experimentación, para lo nuevo”.
“Yo creo que la década del sesenta se termina en el 76”, se lamentó Shua, recordando el auge que las editoriales y los escritores argentinos hasta el último golpe militar. La literatura retrocedió, hubo censura, exilios, desaparecidos. “Se perdió, además, la relación entre los escritores y su público”, acotó.
Por último, señaló que La sueñera es la obra por la que siente más afecto, “porque fue la primera, no tenía que luchar contra ninguna obra anterior, había una espontaneidad y una importancia puesta sólo en el texto y no en la publicación”. Y agregó que “el escritor no está seguro nunca, las dudas no se van, y uno depende siempre de la opinión: de la aprobación del lector”.
Tras una hora y media de charla, el público despidió de pie a la autora. El ciclo continúa el jueves 31 con la visita de Marcelo Cohen, reconocido por sus pares como uno de los novelistas más interesantes de la actualidad.
Emmanuel Burgueño
Foto: ARCHIVO MIL BOTELLAS
Nota publicada el martes 22 de marzo de 2011 en el diario Diagonales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario