Por Juan Pablo Bertazza
Casi al desenlace de Calibre .45, el flamante policial de Martín Malharro que, junto a Banco de niebla y una novela inédita en proceso de corrección, forma parte de la Balada del Británico (trilogía escenificada en el mítico bar porteño) hay una frase que ilustra a la perfección su tono, su poética: un camión deja ver escrito en su caja trasera la siguiente sentencia: “No sé si la vida me sonríe o se me caga de risa”.
Más allá del chiste, es justamente en ese difícil equilibrio entre optimismo y derrota que la escritura de Malharro resulta sumamente atractiva, casi hipnótica, al dar una vuelta de tuerca en el género incorporando protagonistas fracasados a los que, en rigor, no les va tan mal. Tal es el caso del detective Mariani, un perdedor nato aunque muy inteligente que vive malcriado por sus tías y no tiene demasiado contacto con las mujeres. Un detective honesto pero apremiado por la economía que termina agarrando cualquier caso a cambio de un poco de dinero.
La sospecha se vuelve evidencia cuando, en medio de la investigación, y a punto de negociar con los asesinos del anticuario, otro asesinato complica el caso, esta vez el de la persona que contratara los servicios de Mariani. Es así que, además del caso policial en cuestión, Calibre 45 empieza a centrarse en las lucubraciones de Mariani en torno de si seguir o no con una misión que toma un caliz por demás complicado. En esta decisión también intervendrá su entrañable amigo, el Gordo Demarchi, quien ya había brillado en Banco de niebla. Dueño de un taller mecánico, en este caso lo veremos enamorarse hasta la médula de una mujer que suma sus sospechas a la novela.
A tono con las letras de tango que tanto admira el detective Mariani, las múltiples sospechas que enriquecen este policial efectivo, urbano y tremendamente porteño ni siquiera dejan exentas a las mujeres.
Nota publicada en el suplemento Radar libros del diario Página|12, el domingo, 27 de febrero de 2011.
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