sábado, 5 de marzo de 2011

El auténtico policial británico



libros

Segunda entrega de la trilogía de policiales de Martín Malharro, Calibre .45 gira alrededor de unas monedas antiguas pero en un clima porteño donde los bares y las calles son grandes protagonistas.

Por Juan Pablo Bertazza

Casi al desenlace de Calibre .45, el flamante policial de Martín Malharro que, junto a Banco de niebla y una novela inédita en proceso de corrección, forma parte de la Balada del Británico (trilogía escenificada en el mítico bar porteño) hay una frase que ilustra a la perfección su tono, su poética: un camión deja ver escrito en su caja trasera la siguiente sentencia: “No sé si la vida me sonríe o se me caga de risa”.

Más allá del chiste, es justamente en ese difícil equilibrio entre optimismo y derrota que la escritura de Malharro resulta sumamente atractiva, casi hipnótica, al dar una vuelta de tuerca en el género incorporando protagonistas fracasados a los que, en rigor, no les va tan mal. Tal es el caso del detective Mariani, un perdedor nato aunque muy inteligente que vive malcriado por sus tías y no tiene demasiado contacto con las mujeres. Un detective honesto pero apremiado por la economía que termina agarrando cualquier caso a cambio de un poco de dinero.

Como una grata conversación con un perfecto embustero, en las novelas de Malharro da la impresión de que nada debe ser tomado con demasiada verosimilitud, ni siquiera la voz del narrador. Es que en esta novela, Malharro –docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP– vuelve a demostrar su ductilidad para mezclar realidad y ficción: lejos de ser un elemento decorativo como sucede en otros libros, las calles y bares de Buenos Aires estás descriptos con tanto realismo que se inmiscuyen en la trama; por otro lado el autor del cautivante prólogo, el periodista Ricardo Ragendorfer, se transforma en uno de los personajes de la novela. Pero lo principal que hace a la mezcla de realidad y ficción tiene que ver con la esencia de esta novela que la resignifica como el policial de la falsificación: el anticuario Mauricio Fisbein fue asesinado en su negocio y como consecuencia del delito, desapareció una valiosa colección de monedas antiguas, las Teodosio, de las cuales sólo existen 23 ejemplares en todo el mundo. A su vez, se trata de unas monedas con una historia llena de vaivenes sorprendentes: en primer lugar porque al caer el Imperio Romano de Oriente desaparecieron más de la mitad; en segundo lugar por las nuevas pérdidas que se originaron durante el convulsionado siglo XX: dos Teodosio (una de oro y otra de plata) se perdieron en el fondo del Atlántico con el hundimiento del Titanic, otras dos monedas de oro se perdieron durante la revolución rusa cuando los bolcheviques asaltaron el palacio del numismático Serguei Borlevnsky y, como si todo esto fuera poco, luego los nazis generaron con sus saqueos otras tantas pérdidas, hasta que la llegada de algunos jerarcas a nuestro país abrió el capítulo de las Teodosio en la Argentina.

La sospecha se vuelve evidencia cuando, en medio de la investigación, y a punto de negociar con los asesinos del anticuario, otro asesinato complica el caso, esta vez el de la persona que contratara los servicios de Mariani. Es así que, además del caso policial en cuestión, Calibre 45 empieza a centrarse en las lucubraciones de Mariani en torno de si seguir o no con una misión que toma un caliz por demás complicado. En esta decisión también intervendrá su entrañable amigo, el Gordo Demarchi, quien ya había brillado en Banco de niebla. Dueño de un taller mecánico, en este caso lo veremos enamorarse hasta la médula de una mujer que suma sus sospechas a la novela.

A tono con las letras de tango que tanto admira el detective Mariani, las múltiples sospechas que enriquecen este policial efectivo, urbano y tremendamente porteño ni siquiera dejan exentas a las mujeres.

Nota publicada en el suplemento Radar libros del diario Página|12, el domingo, 27 de febrero de 2011.

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